Raimundo Fitero
DE REOJO

Oé, oé, oé

El grito se escucha nítido: «A por ellos, oé, oé, oé», y sucede en la despedida de unos guardias civiles con sus coches de dar miedo, abandonando sus destinos camino de Catalunya, rodeados de banderas españolas y decenas o cientos de ciudadanos, parientes, familiares o simples comparsas. Las imágenes que conocemos están tomadas en cuatro lugares del Estado español y no dejan espacio para pensar en la espontaneidad, sino en los actos que se están programando de manera sistemática desde el nacionalismo español más visceral y organizado con anuencia de las autoridades.

Ese mismo o parecido «a por ellos» también lo pronunció una periodista en una plaza vasca, y ese ellos, eran los que para esos siempre son ellos. Los otros. Los que no sienten ninguna emoción por la rojigualda, el himno, ni las patrias, ni grandes ni pequeñas. Los que se sienten vascos o catalanes en este caso más concreto. Algunos de los coches de trabajo e institucionales llevaban bandera española en el salpicadero, y en otro un miembro de la benemérita sacaba por la ventanilla la famosa enseña nacional española. Parecía que iban a invadir otro país. Y se oía de estribillo en esas paradas picoletas muy bien grabadas, «a machacarlos». Y ahí está la clave. Van a machacar. Van envenenados por sus mandos, por sus entornos, como salvadores de algo. Es un momento de exageración máxima pero que anuncia represión violenta por un tubo. Están preparando una gorda, que se vea dónde está el auténtico poder. Si se miran bien las imágenes del cerco de unas docenas de ultras a una asamblea de electos en un pabellón de Zaragoza, podremos darnos cuenta que esos cuerpos de los manifestantes con rojigualdas con gallina huelen a gimnasio y pista americana de entrenamiento militar. La Academia General del Ejército se halla ubicada en Zaragoza.  Oé, oé, oé.