El atentado contra “Charlie Hebdo”, del que se cumplirán tres años el próximo enero, provocó primero dolor y luego un debate, intenso, siempre pertinente y nunca exento de contradicciones, sobre la libertad de expresión.

Ya perdonarán mi aldeanismo, pero acostumbro a medir los acontecimientos lejanos por su impacto cercano. Y esos días, vascas y vascos que no comulgan con el chauvinismo recalcitrante de “Charlie Hebdo” me trasladaron los motivos de su conmoción.

Me contaron que habían crecido con las viñetas de los Cabu, Tignous, Charb, Wollinski... y que eso les hacía sentirse, pese a la distancia, parte de una comunidad a la que aquel ataque cruel e injustificable había dejado huérfana.

Estaba empatizando con esas vivencias cuando empezaron a aparecer en los coches pegatinas con el famoso «Je suis Charlie» y me descubrí observando, esta vez, a mis vecinos de aparcamiento. Y la variedad de la muestra me dio más razones para pensar.

Pero a esa reflexión se sumó la preocupación cuando allegados de alguno de los fallecidos alertaron sobre la utilización de lo sucedido para apuntalar prejuicios y estereotipos. Y, añado a mi cuenta, para extender la islamofobia.

“Charlie Hebdo” espeta hoy a una nación apaleada por querer decidir su futuro en las urnas con un: ¡Idiotez o muerte! Desde el respeto a los lápices caídos, pero ejerciendo el derecho a la sátira, cabe preguntar a ese gauchisme trasnochado y oscurantista: ¿Ignorancia o idiotez? Y hasta responder en tono socarrón: ojalá sea ignorancia, porque ese mal tiene cura; porque si se tratara de idiotez, solo cabría mostrar conmiseración.