Amaia Ereñaga
Periodista
IKUSMIRA

#MeToo #NiEre

Resulta incómodo. Produce nerviosismo, remueve mierdas que preferiríamos no saber o de las que no querríamos acordarnos, y no es plato de buen gusto. Por eso, el acoso sexual a las mujeres siempre se ha callado. Se ha mantenido escondido, tapando bien las vergüenzas (del agresor; porque el estigma lo sufre la víctima). Además, es algo que hasta nosotras hemos interiorizado. Sabemos que es una posibilidad incluida en el paquete al haber nacido mujer. Desde niñas vamos bandeando, con mayor o menor suerte, las situaciones de acoso, algunas de baja; otras, de alta intensidad. Desde escapar del desconocido al que le gustaba sobar a niñas de 8 años hasta, de adolescente, lidiar con un progre madurito que te «acusa» de lesbiana porque no quieres acostarte con él, pasando por aquel compañero del periódico del que todas sabíamos que era mejor no coincidir en la sala de teletipos o por aquel conductor al que tuviste que dar de hostias a riesgo de tener un accidente.

Por eso es tan interesante la rebelión espontánea que se está produciendo a nivel planetario en las redes sociales en torno al hashtag #MeToo (#YoTambién #NiEre #JoTambe o el más expresivo #balancetonporc francés), a raíz de que se haya destapado que, durante décadas, la industria del cine ha permitido que campara a sus anchas un depredador sexual como el poderoso Wenstein. La porquería ha desbordado y, lo mejor, ha producido que se esté «verbalizando» públicamente en las redes la realidad del acoso. Cuando menos se esconda, más libres llegaremos a ser. #NiEre y, al echar la mirada atrás, más de lo que quería recordar.