«Bat, bi, hiru. Egin 1977-1998», veintiún años de contestación
Cuarenta canciones testifican dos decenios base en la historia de la música vasca. De 1977 a 1998, el periodo activo del diario «Egin», supuso tanto la consolidación de la música de corte tradicional de autor como la rebelión musico-social del rock de la década de los ochenta. En lo posible, «Bat bi hiru» refleja la música y la sociedad de esos años.
Un recopilatorio de época es como la alineación de un equipo de fútbol, que cada uno tiene la suya, así que “Bat, bi, hiru. Egin 1977-1998. Garai baten soinu banda” no es más que una de la múltiples posibilidades que podrían refrendar social y musicalmente el tramo entre las décadas tratadas; no obstante, el recopilatorio que ofrece GARA, junto a la discográfica Elkar y su amplio catálogo, aporta de manera fidedigna lo que fueron los insufribles años del periodo franquista y la llamada Transición vivida desde el lado de las guitarras.
El punk y el rock de los ochenta nace en Euskal Herria sin demasiados antecedentes musicales próximos. En general, toma ejemplo del corte generacional que propone el punk-rock británico tanto con las costumbres como con el modo de mezclar los acordes y la distorsión. Además, germina bajo un compost rico en materia anarquista que con el tiempo toma diferentes formas, incluso acercándose a posiciones políticas, que si bien pueden no ser explícitas sí caminan próximas.
La década de los ochenta fue como el “Big Ban(g)d”, una extrema explosión llamada a cambiar todo lo conocido, arrasar postulados y proponer otra forma de vida social y musical.
La actitud y el mensaje vivencial prevalece sobre la capacidad musical académica. Lo formal se niega en aras del dinamismo y la inmediatez.
Sobre estos principios, cientos de jóvenes toman por primera vez un instrumento, poco importa el virtuosismo si un texto directo y un estribillo pueden subvertir la realidad y conectar con miles de oyentes atraídos por la energía de la propuesta. De hecho, se rehúye de lo complejo al tiempo que se reniega de las superbandas, de los consagrados.
Periodo previo
Mikel Laboa se integra en esta recopilación en el segundo cedé junto a Hertzainak, Negu Gorriak, Delirium Tremens, Kortatu, Bap!!, M-ak, Joxe Ripiau... La línea del tiempo parece que le obliga a estar en el primero, precisamente junto a Xabier Lete, autor de la letra de “Izarren hautsa”. Sin embargo, Laboa es parte de los tres cedés o de los tres próximos. El músico donostiarra trasciende las barreras del tiempo, a la posible caducidad de las formas. Lete escribe: “El polvo de las estrellas se convirtió un día en germen de vida. Y de él surgimos nosotros en algún momento. Y así vivimos, creando y recreando nuestro ámbito. Sin descanso. Trabajando pervivimos. Y a esa dura cadena estamos todos atados”. Xabier habla del materialismo dialéctico de Marx y Engels, pero Laboa poetiza un poco más el texto, con el permiso de Lete para los puntuales cambios y acorta, de paso, el desenlace. Asimismo plantea un acompañamiento de acústica y piano que unidos a su voz forman una nube galáctica inmortal.
Corre 1975, la mitad de una década que sin ser la base del rockerío de los ochenta seguramente encaja hoy en día en la selección de aquellos que fueron jóvenes rockeros y hoy veteranos de una historia que «Bat Bi Hiru» compendia con más homogeneidad de lo aparente.
El escritor y músico Xabier Lete es asimismo parte de esta historia popular con “Xalbadorren heriotzean”, una conmovedora canción dedicada al recuerdo del escritor y bertsolari de Ipar Euskal Herria Fernando Aire Etxart “Xalbador”, el pastor de Urepele fallecido el mismo día en el que se le ofrecía un homenaje (1976). El canto y la letra de Lete es también de hoja perenne y poco importa en que cedé esté, salvo por una cierta disciplina de exposición.
En este mismo “Bat” se recoge
“Kapitalismoak dakarren”, de Gontzal Mendibil eta Xeberri, otro fluido que no cesa de viajar entre el tiempo. Ni épica ni texto lo han dejado atrás. Y otra canción que se suma a la vigencia, a la lucha contra el sistema.
Con imparable ritmo festivo Urko ofrece otro himno de los setenta. Un homenaje a Txiki y Otaegi, con letra de Telesforo Monzon, repleto de rebeldía y cariño. Y de Monzon es también “Lepoan hartu eta segi aurrera”, que loaron con inacabable éxito Peio Hospital y Pantxoa Carrere. Otra canción que sustentada en los setenta se revaloriza en los ochenta al retomarla una banda punk como R.I.P., versión con la que solían acabar buena parte de sus incendiarios conciertos. Un nuevo signo de que la ruptura generacional mantenía sus hilos fruncidos con el pasado cercano, en especial en aspectos identitarios y de lucha. Tal es el caso de Errobi, pioneros admirables del rock euskaldun con una sabia mezcla de rock, folk y progresivo. “Euskadi” vuelve a conectar con el presente. Anje Duhalde prolonga el recuerdo de Errobi desde otras perspectivas musicales. “Bakazaleak” es una de sus canciones más completas. Una pieza impecable..
El tono y estilo vocal de Ipar Euskal Herria lo muestran también Erramun Martikorena y Etxamendi eta Larralde, que cuentan con Niko Etxart como representante del lado más rockanrolero.
Imanol imparte sobriedad desde su profunda voz y descarnadas melodías.
El baile, la aportación de la triki más allá del puro entorno rural viaja con Tapia eta Leturia y Gozategi. A esa fiesta del ritmo se suma Oskorri con su fulminante “Furra furra”, que, de paso, homenajea una densa carrera concluida hace muy poco.
De otra parte, Haizea seduce con un tema tradicional, “Brodatzen nintzen”, que hoy en día y a 40 precisos años de su edición, suena actual por la relectura internacional del folk-rock de los sesenta y setenta. Su primer álbum se ha editado desde Portugal a Corea del Sur, entre otros. Algo parecido sucede con Izukaitz, también muy apreciados internacionalmente. Los vinilos de ambas bandas se cotizan desde los 100 a los 300 euros. Haizea e Izukaitz, junto el primer disco de Txomin Artola son la conexión euskaldun&bs; con el admirado folk británico.
Itoiz vive en paralelo a ese folk, la tradición, el pop, el metal... y el punk. Del 78 al 88 reorienta su sonido varias veces. Sus dos primeros álbumes cuentan con estima global. Aquí ilusionan con “Ustela”, de “Musikaz blai”, un álbum luminoso, posiblemente el más popular.
Ruper Ordorika es como el “llanero solitario”, pero rodeado de músicos, amigos y miles de seguidores a lo largo de una carrera surgida a finales de los setenta y prolongada con inusitada coherencia y clase hasta el presente. Se hizo a sí mismo y sigue siendo tan personal que su sentido del songwriter es único entre nosotros. “Zaldiak negarrez” puede llevarnos a su textura lurriana (Lou Reed).
Insurrección
La perspectiva de la historia nos cuenta que buena parte de la vida musical de los setenta, por mucha estética y contenido musical diferente a su sucesora, no se encuentra tan alejada como cabría pensar. De hecho, es muy probable que los tres cedés sean percibidos con similar interés y disfrutados con parecida pasión por oídos jóvenes o veteranos.
Los ochenta suponen tanto enfrentamiento social, político y musical que ha llamado la atención de numerosas tesis tanto periodísticas como sociológicas. Además de documentales, libros... y cientos de fanzines.
La década del rock y el punk-rock naciente suponen el quiebro de todo lo conocido, tanto por el ardor como por la creatividad espontánea que surge por cada pueblo de Euskal Herria.
Primero surgen las ganas, el todo es posible, y después los primeros acordes y los estribillos de bar, siguiendo preferentemente a los maestros de Gran Bretaña y a algún estadounidense (Los Ramones) y las bandas protopunk. Con los años se consolida la escena, se mezclan estilos, desde el punk al jarkore pasando por el reggae o el ska. Puntualmente hasta el pop y el metal
Se recorren frontones, plazas, gaztetxes, discotecas... La música forma parte de la cotidianidad. Un presente activo que le debe casi todo al ayer.
Respecto a los humildes héroes de los ochenta, mejor no destacar o reparar en un soplo de nombres, porque esto es una tempestad inabarcable