Jon Odriozola
Periodista
JO PUNTUA

Pérez Royo y cierra España

La última pregunta que se le hace en una entrevista, el martes pasado, en un rotativo guipuzcoano al catedrático de Derecho Constitucional Javier Pérez Royo versa sobre el porqué de actuaciones como la juez Lamela, y se responde que «porque España es así». Y no asá. ¿Y por qué es así y no asá? No se dice, no lo sabemos.

Pérez Royo disfruta de una vitola de «progre» que cundió mucho en una Euskadi necesitada de luces españolas que no comulgaran con el discurso dominante mostrenco y paniaguado español sobre el «problema vasco». Es la versión «civilizada» del constitucionalismo español que ahora opina sobre el procés catalán.

Y es que Pérez Royo es, antes de desayunar, un constitucionalista lo que, ipso facto, te convierte en demócrata. Yo también soy constitucionalista, pero no de esta Constitución, y no por española, sino por monarco-fascista, carácter que me llevó a votar «No» en su día, mayor que es uno.

En un artículo publicado en el diario “El País” el 5 de abril de 1994, martes, Pérez Royo, si no defendía, sí justificaba el artículo octavo (entonces ni Dios sabía de la existencia del hoy célebre art. 155) sobre el papel de las Fuerzas Armadas como garantes de la integridad territorial de España, etc. Se pregunta si «¿es que hay algún país democrático en el mundo en el que el Ejército no haga lo que la Constitución española dice que debe hacer?», afirmando que “el Ejército no es más que la garantía última (…) frente al exterior o frente a un levantamiento o sublevación interna que amenaza destruir al Estado» (la cursiva es suya). Recordemos que Puigdemont y los consellers depuestos están acusados de rebelión y sedición, entre otros «delitos».

No parece haber cambiado mucho su pensamiento desde entonces. Entiende la DUI como un «desafío» que ha sido desbaratado «de una manera relativamente fácil» –dice– «con el 155». Lo que ha supuesto –continúa– para el Estado, aquí la patita «progre», «un coste». Lo dice como si le doliera quien asume el monopolio legítimo de la violencia del Estado, que acuñara Max Weber sin añadirle aquello de «burgués».