Raimundo Fitero
DE REOJO

El botón

Es cierto, Cristina Pedroche no llevaba ningún botón, aunque sí una amplia capa, y de color rojo, como Caperucita. Tengo que confesarlo cuanto antes: le fui infiel. A ella, al de la otra capa, a casi todos. De chiripa me comí las uvas con campanadas. Estábamos tan a gusto con nuestras cosas, que nos conectamos a las 23,58 con varios kilos de uvas fermentadas en forma líquida. Nos ahorramos todos los tópicos y advertencias rutinarias. Donde yo las escuché y las vi, eran botellas de la chispa de la vida la que nos iban indicando el ritmo. Es un anuncio impostor. Y salía al final una felicitación. Ya está, esto es 2018. ¿En qué se ha notado? En que han subido los servicios que controla el Gobierno central y centralista.

Un amanecer en el día primero de año sin periódicos diarios y algo de resaca nos deja de nuevo en los tópicos, el concierto de Viena, pero este año faltaron los saltos de esquí. Los dan, lo juro, durante toda la temporada. Los saltadores no deben llevar botones. Ni las esquiadoras, ni las mujeres que bajan en esos bólidos entre hielos que alcanzan velocidades de accidente con lesiones. Han cambiado mucho los deportes o espectáculos en la nieve y el hielo. Se nota en las vestimentas. Todos parecen víctimas de las marcas. Y las marcas víctimas de la moda. Hasta el amado líder Kim Jong-Un se occidentaliza en este año. Lo vemos fuera de su confortable vestuario embotonado desde un poco más abajo de la bragueta hasta la gola, y nos deja sus opiniones y amenazas vestido con traje de corte y confección de grandes almacenes. Bueno, probablemente se lo haya hecho a medida un sastre filipino. Pero en su mensaje de nuevo año nos asegura, tranquilamente, que tiene ojivas nucleares que llegan sin dificultad a EE.UU. Y a otros lugares del mundo capitalista. Y que tiene en la mesa de su despacho el famoso botón nuclear. ¡Qué majo!