Hicieron creer a la gente que el Frente Nacional ponía en peligro la laica y sin embargo sacrosanta República Francesa y vendieron a Macron como el elegido para pilotar la nave en ese tiempo de zozobras. No importaba que tan funcionales al neoliberalismo fueron unos como otros. Tampoco pesó mucho que una de las claves para derrotar al FN fuera precisamente acercarse a sus posiciones. Y funcionó la invisibilización del pasado del supercandidato para que un trepa consolidado se vendiera como alguien ajeno al sistema venido para regenerarlo. Se trataba, claro está, de conjurar el peligro principal, la posibilidad de que la indignación social y la frustración por el doble timo Sarkozy-Hollande y en general el hartazgo por la deriva de la República, cristalizara en un proyecto de transformación democrática. A fin de cuentas, «que viene el FN» era el marco perfecto para dejar fuera de juego al resto de actores y lanzar la alfombra roja a los pies de Macron.

Y, como se sabe, funcionó. El muro de contención se reforzó casi de un día para otro, aunque cerrar una crisis de calado sea más difícil que eso. Y la operación se hizo en clave de Estado, no desde afuera, dato que conviene retener, porque no es lo mismo postularse desde el exterior de un determinado sistema de partidos que cuestionar un régimen en su conjunto.

El líder de Ciudadanos Albert Rivera huele de lejos las corrientes térmicas, esas que permiten a los buitres elevarse sin esfuerzo. Si en su día se hizo fotografiar desnudo ahora quiere que nos acostumbremos a verlo como el Macron del Reino de España. De la apariencia de transgresión a la proyección como hombre de Estado, siempre atento a la razón de Estado.

Rivera no rima con Macron, todavía, pero Macron tampoco rimaba con presidente antes de ser funcional para la estabilidad del Estado francés y el proyecto neoliberal. A ver si al final, del otro lado del Ebro en lugar de un asalto a los cielos nos va a llegar una nueva versión del infierno.