Jaime IGLESIAS
MADRID
Entrevue
FATIH AKIN
DIRECTOR DE CINE

«En Alemania, los neonazis han dejado más muertos que el yihadismo»

Nacido en Hamburgo en 1973, realizó su primer largometraje, «Corto y con filo» a los 25 años. Con «Contra la pared» (2004), logró el Oso de Oro en Berlín. Autor de títulos como «Al otro lado», «Soul kitchen» o «El padre», acaba de estrenar «En la sombra», film sobre las derivas del neonazismo, con el que ha obtenido el Globo de Oro y que le valió a Diane Kruger el premio a la mejor actriz en Cannes.

Pese a ser uno de los cineastas europeos más laureados de la última década, Faith Akin se revuelve, entre molesto y divertido, cuando se le sugiere que, a estas alturas, su filmografía es la de un autor con un sello bastante reconocible: «La verdad es que, como director, no creo tener un estilo definido. Al menos mi intención es no tenerlo, prefiero irme adaptando a las historias que ruedo. En este sentido, me gustaría parecerme a David Bowie, cuyo estilo cambiaba completamente de un disco a otro. Es cierto que, hasta hace muy poco, siempre que hacía una nueva película, llegaba al plató con todas las tomas decididas de antemano. Era una estrategia me permitía rodar rápido ajustándome a los costes de producción pero, con el paso del tiempo, comencé a aburrirme y a sentir que aquello limitaba mi creatividad. Fue rodando ‘Goodbye Berlin’ cuando decidí hacer algo diferente: ponerme al servicio de los actores y dejarles unos márgenes de libertad amplios adecuando los movimientos de la cámara a su interpretación. Ahora con ‘En la sombra’ he hecho lo mismo y creo que la película se beneficia de esa puesta en escena, menos encorsetada, más libre».

Sin embargo, esa libertad de tono ha desconcertado a muchos espectadores que se han apresurado en señalar que, quizá, una historia como esta, donde una madre busca vengarse de la célula neonazi que ha acabado con la vida de su esposo y de su hijo, planteaba unos riesgos que aconsejaban un tipo de narración más rigurosa, más sujeta a unos cánones de representación que desterrasen cualquier atisbo de ambigüedad del relato: «Mi intención no era la de realizar un film político. Creo que esta es una historia sobre la gestión del dolor y, de hecho, tampoco entiendo tanto desconcierto porque, conceptualmente, ‘En la sombra’ está muy próxima a otras películas mías donde la familia, como construcción, estaba en el centro del relato. De hecho, creo que toda mi filmografía gira en torno a las tensiones que emergen dentro del núcleo familiar».

No obstante, el cineasta reconoce que detrás de este proyecto estaba su deseo de «hacer una película sobre el auge del neonazismo, es un argumento que me llevaba rondando en la cabeza hace tiempo. Para ello me inspiré en algunos casos reales, sobre todo en uno muy polémico donde un hombre de origen turco fue asesinado por una célula neonazi y, en un principio, la policía alemana desechó la idea de que se tratara de un delito por razones de odio, justificando aquella muerte en un ajuste de cuentas entre gente de origen turco que se dedicaba al negocio de las drogas. Si algo define a nuestra sociedad es que estamos llenos de prejuicios que nos impiden interpretar correctamente la realidad. Ante situaciones complejas buscamos una respuesta fácil. En este sentido, el racismo es hijo de la pereza intelectual».

Precisamente, si hay algo que define el cine de Faith Akin es su voluntad por subvertir estereotipos, algo que en “En la sombra” lleva a cabo por partida triple, lo que quizá podría haber incidido en el desconcierto con el que ha sido recibida una película que genera bastante incomodidad en el espectador. La primera subversión viene dada por el hecho de colocar a una mujer como protagonista de un relato de venganza y desagravio que en su construcción narrativa no difiere mucho de uno de aquellos viejos thrillers justicieros, plenos de testosterona,  que acostumbraban a protagonizar actores como Charles Bronson: «Cuando empecé a desarrollar el proyecto –explica Akin–, el protagonista era un hombre pero la historia me parecía muy aburrida, muy estereotipada y sentía que aquel argumento me llevaba a un callejón sin salida, así que lo aparqué. Cuando al cabo de un tiempo lo retomé cambiando el sexo del personaje principal, sentí que todo comenzaba a encajar. El hecho de que se tratase de una mujer me conducía a una historia más compleja, comenzando por el punto de partida ya que la pérdida de un hijo en una mujer genera un dolor más atávico».

La segunda evidencia de ese empeño del cineasta por apelar a escenarios alejados de lo obvio nos la da el hecho de que, en pleno debate sobre la amenaza común que supone el terrorismo islámico, el cineasta dirija su mirada a una acción que, en fondo y forma, responde al canon de actuación yihadista pero que, en este caso, está perpetrada por una célula neonazi: «Desde el final de la segunda guerra mundial, en Alemania los neonazis han dejado más muertos que el yihadismo. Casi mil personas han sido víctima de estos delitos de odio por parte del neonazismo, mientras que el número de muertos en acciones yihadistas es de apenas un centenar. No quisiera que se me malinterpretase, no estoy diciendo que unos crímenes sean más execrables que otros, de hecho el dolor de la protagonista de mi película sería el mismo si su marido y su hijo hubieran sido víctimas de los yihadistas, pero cuando te confrontas con estos datos, te preguntas, ¿de qué estamos hablando cuando hablamos de terrorismo?».

Una pregunta que nos lleva a un tercer escenario de subversión por parte del cineasta, quizá el más perturbador para el espectador occidental, quien tras aceptar a una mujer en el rol de justiciera se ve obligado a asumir una acción de venganza despojada de motivaciones políticas, religiosas o culturales pero cuyo modus operandi aproxima a Katja, la protagonista del film, a la figura del ‘lobo solitario’, tan vinculada al terrorismo yidahista: «Sinceramente creo que si la película no ha estado, finalmente, entre las cinco candidatas al Óscar ha sido porque para muchos espectadores resulta inaceptable que una mujer europea, blanca y protestante asuma el rol que, tradicionalmente, asignamos a los varones musulmanes», comenta Faith Akin quien vio cómo “En la sombra” no era elegida para competir como mejor película extranjera apenas unos días después de recibir el Globo de Oro en su categoría, un hecho insólito en la historia de estos premios. Al director, por otra parte, esta subversión de roles le ha servido, según sus propias palabras, «para comprobar cómo el racismo es algo tan extendido que incluso se deja sentir entre la intelectualidad progresista. Cuando se estrenó la película en Alemania, el crítico de un destacado diario de izquierdas manifestó que, atendiendo al comportamiento de la protagonista, la historia hubiera resultado más creíble si ella fuera una mujer musulmana».

Mientras rodaba la película, Faith Akin era «plenamente consciente de que estaba haciendo una obra que iba a traer polémica. Pero creo que la función del arte es justamente esa, la de retar a la sociedad, la de explorar los límites de la tolerancia». Cuando se le recuerda que, con motivo del estreno de “Contra la pared”, recibió las protestas de la comunidad islámica alemana y que, posteriormente, con “El padre” fueron los radicales turcos quienes pusieron el grito en el cielo, el cineasta admite que con “En la sombra” se han dado episodios parecidos y que ha llegado a recibir alguna amenaza por parte de grupos de extrema derecha: “Pero ¿sabes qué? En el fondo pienso que me va la marcha (risas). El hecho de provocar esas reacciones en esa gente me reafirma en que estoy haciendo las cosas bien». Para el cineasta, el auge actual de la extrema derecha en toda Europa, y singularmente en Alemania, resulta preocupante en la medida en que, como ocurre en sus películas, se trata de un fenómeno que trasciende los estereotipos: «El neonazismo ha conseguido ocupar un lugar real entre nosotros. Ya no se trata de un movimiento marginal representado por cuatro jóvenes con la cabeza rapada armados con barras de hierro, no. Ahora tú oyes hablar a un taxista o a un banquero y compruebas hasta qué punto ese discurso de odio y exlusión se ha convertido en un fenónemo mainstream».

En ese recorrido por los rincones más oscuros del alma humana que propone “En la sombra”, Akin dice haber encontrado una aliada de lujo en Diane Kruger, que se hizo acreedora del premio a la mejor actriz en el último festival de Cannes por su interpretación en esta película: «No era mi primera opción y cuando le ofrecí el papel, de hecho, había visto muy pocas películas suyas. Había visto ‘Malditos bastardos’ y alguna que otra superproducción hollywoodiense en la que ella había participado y que me parecieron bastante malas. Pero cuando me dio el sí para interpretar a Katja me puse a ver casi todas sus películas porque quería tener una idea muy clara de cómo habían filmado otros su figura, su expresión y fue entonces cuando descubrí trabajos excepcionales de Diane, sobre todo en producciones francesas, y ahí es cuando supe que no me había equivocado al elegirla. Ahora estamos preparando juntos una serie de televisión sobre la figura de Marlene Dietrich y su lucha contra el nazismo, una faceta poco conocida de la biografía de la actriz».