Arturo Puente
Periodista
JO PUNTUA

La ola autoritaria

El mismo día que el Gobierno de Rajoy se felicitaba por haber parado la investidura de Puigdemont la Audiencia Nacional volvía a condenar al rapero Pablo Hásel por enaltecimiento del terrorismo. Son dos hechos sin relación aparente y, a la vez, conectados.

Más allá de la corriente de autoritarismo que recorre la política occidental, de Trump a Macron, en el Estado español asistimos a una tendencia regresiva en derechos y libertades tanto o más acusada que fuera, que tiene sus propias particularidades y, sobre todo, una rica tradición propia. Hoy en la política española discurren dos líneas paralelas de autoritarismo. Una tiene que ver con lo nacional, como lo ha sido siempre, con su punto focal ahora situado sobre Catalunya. La otra, más infrecuente hasta la fecha, viene de un cambio en la percepción de la opinión pública sobre la libertad de expresión, la dureza de las penas o la independencia de los tribunales. Son paralelas porque no están relacionadas directamente, pero tienen que ver porque la propaganda, intensa y constante, ha creado el caldo de cultivo que hace posible la segunda. Muchos independentistas creían antes de octubre que, para bloquear el impulso secesionista de Catalunya, el Estado acabaría autolesionándose, al necesitar rebajar su calidad democrática hasta extremos intolerables.

Nada más lejos de la realidad. El electorado español no solo ha aceptado la autolesión sino que está metiéndose puñaladas en su sistema de garantías con una sonrisa de oreja a oreja. La competición en el centro y derecha es sobre si hay que endurecer las penas de prisión mucho o muchísimo, sobre si Rajoy ha sido demasiado blando con los independentistas o si la razón de Estado presiona suficientemente a los tribunales. Lo hacen, como es evidente, porque consideran que el país lo requiere. No es diferente a como se cuecen la mayoría de regresiones autoritarias en otras latitudes y otros momentos históricos. Pero en España, hasta ahora, pocas veces la ola de autoritarismo había roto fuera de los márgenes de lo nacional. Y ahora sí. ¿Son conscientes los que aplauden y los que callan de que esta vez ellos pueden pasar a engrosar el listado de víctimas?