Mertxe Aizpurua
Periodista
IKUSMIRA

Los títulos de la transición

Lo siento por Cristina. Es una forma de hablar, qué quieren, pero me ha dado por pensar que la culpa no es toda suya. O no solo suya, que viene a ser lo mismo, creo. Cifuentes es hija de un proceso. Un proceso que se alarga en la historia y que hunde sus raíces en una tierra árida y yerma, contaminada por el signo de los tiempos. Que dio como fruto un árbol con unas ramas aparentemente verdes pero con un tronco en el que cada anillo, a cada año que pasa, se va impregnando de una savia emponzoñada. Así llevamos décadas, por lo que tiene cierta lógica que pase lo que pase.

No lo digo porque naciera en 1964, ni porque la juventud le pillara como hija y nieta de unos militares españoles que transitaron del fascismo a la democracia como quien baila la yenka, por ponernos en su época y en las reducidas dimensiones del salto. Lo digo, porque al ser producto de ese tiempo, en su vida siempre han ganado las versiones oficiales, esas que se cosen con hilos de falsedad y costuras de mentiras. Cifuentes es una de las ramas secundarias del árbol genealógico español, protegidas por una campana de cristal que se cree irrompible.

Tan obtusa que ni siquiera es imaginativa y tan abstrusa que desconoce el valor de una buena sintaxis. Sé de un currículum de alguien que dice haber estudiado sociología en Cambridge. No dice que acabara, así que no miente. Claro que a Cifuentes nadie le gana en otros méritos. Su cínica y aguerrida comparecencia le vale un honoris causa en la metástasis de la transición.

Cuando llegue el día, espero que también la vergüenza sea retroactiva.