Jon Odriozola
Periodista
JO PUNTUA

El esperpento español

El otro día escuché a una circunspecta tertuliana decir algo que me gustó: «asistimos –venía a decir– a un fenómeno que trata de hacer normal lo que es anormal». Se refería, claro está, a los acontecimientos que rodean la beligerancia estatal contra Catalunya. Mencionaba el artículo 155 para recordar que su aplicación no supone la vuelta «a la normalidad» –y menos democrática–, sino la anormalidad subespecie aeternitatis. Aludió a los presos políticos catalanes con cargos públicos por tratar de saber qué opinan los catalanes mediante consulta, y recordó la represión del 1-0. Terminaba denunciando que nos quieren hacer ver que lo que hemos visto no lo hemos visto o lo hemos visto con ojos estrábicos: «hacer normal lo anormal». No concluye –sabe lo que le conviene y no es cosa de jugar con las cosas de comer– que estas cosas pasan porque estamos en un Estado fascista, porque no lo estamos, y sí en un Estado de derecho protegido por el magistrado Llarena.

La cuestión es discutir a condición de no llamar a las cosas por su nombre. Un ejemplo reciente: se ve esta Semana Santa a cuatro ministros cantar, con entusiasmo y fervor patriótico, el himno de la Legión y no más la urticaria epitélica no pasa de decir, de recordar, que España es un Estado «aconfesional». No dirán, no colegirán, que lo hacen porque eso es lo propio y típico de fascistas que se sienten impunes herederos del fascismo que ganó la guerra civil. Y no lo dirán porque acaso vivan –unos, otros y los recién llegados– del tinglado de la antigua farsa llamada «Transición». Lo que priva es el bizantinismo, la eterna discusión –la burguesía como «clase discutidora» encantada de conocerse mientras la cosa no pase de ahí–, donde, a lo más, se obedece aparentando enfado arrugando el entrecejo y haciendo aspaviento fingiendo escándalo porque lo exige el guión.

Empiezo a no divertirme en este esperpento español repleto de payasos y vividores. De esta estética deformada con espejos cóncavos al decir del maestro Valle-Inclán: una tragedia grotesca. Ya no aburriré más al lector llamando fascistas a los fascistas y socialfascistas. Además, me salió un feroz competidor: un directivo (catalán) de la marca de café Marcilla y Saimaza (firma holandesa) va, dice y se pone, oiga: «España es un Estado fascista». Te cagas.

Estoy acabado.