EDITORIALA
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No son las máquinas, son los programadores

Los escritores de ciencia ficción suelen imaginar mundos que invitan a reflexionar sobre aspectos de nuestra vida que a menudo pasan desapercibidos. En algunos de los universos representados en sus obras, las máquinas desempeñan funciones clave. El modo en el que las personas se relacionan con las máquinas es una de las cuestiones recurrentes, tanto que llevó a Isaac Asimov, ya en 1942, a enunciar las tres leyes por las que debían regirse la relación entre los robots y las personas. Desde entonces, mucho se ha especulado sobre la dirección de los avances tecnológicos, sobre los beneficios y los peligros asociados a la inteligencia artificial y la preparación de la sociedad para afrontar esos nuevos desafíos.

Sin ir tan lejos sobre lo que podrían hacer o no los autómatas, lo cierto es que en la actualidad ya existen sofisticados programas capaces de aprenden a jugar, mejor incluso que los humanos, a complejos juegos de estrategia. En su fundamento están los algoritmos, es decir, las operaciones que siguiendo ciertos criterios predeterminados por los programadores van dando respuestas a situaciones nuevas. Muchas veces esos programas son capaces de mejorar en ese proceso, esto es, de aprender. Hoy en día muchos de esos algoritmos eligen las ofertas que llegan a nuestros teléfonos móviles, los anuncios que vemos en las redes sociales, compran y venden acciones en la bolsa o conducen automóviles. El caso de los datos de Facebook utilizados por Cambridge Analytica para modificar comportamientos electorales ha llevado el debate más allá, al certificar que esos algoritmos puede adulterar el contexto hasta manipular las decisiones del usuario. En muchos casos, no son programas para facilitar las cosas a las personas, sino para manejar a las personas con fines espurios.

Tal vez lleguemos a plantearnos si los robots tienen derechos o no, aunque quizás sea conveniente empezar por poner límites a los algoritmos. Urge regular su uso y establecer controles antes de que nos veamos sometidos, no a las máquinas sino a los programadores de las máquinas.