Si
Si” es el adverbio más excitante del idioma español. O de la lengua española. La ministra de sanidad, una catalana de apellido Montserrat, en su delirio españolista dice que «las lenguas no curan». Lo dice con un acento catalán de los que dan para parodias y chistes fáciles. Es una lucha sanitaria: en Balears, para entrar en el sistema de salud propio piden conocimientos del catalán. Dan seis años de tiempo para aprenderlo. Pero como están en la reconquista de la españolidad más exacerbada, a la ministra no se le ocurre otra cosa que decir esa barbaridad de que las lenguas no curan. Los gatos se curan con sus lametazos. Las personas se curan con versos, palabras amables, entender su diagnóstico, comprender su medicación. Las lenguas son necesarias. Si no fueran curativas, no existirían millones de idiomas, algunos en estado crítico. Si no se respetara la lengua de cada ser humano esto sería un caos absoluto. El adverbio de duda, de la relatividad, ese “si yo no hubiera salido de mi casa a esa hora no me hubiera atropellado el tranvía”, forma parte de nuestra construcción como entes políticos. Es decir, como seres humanos. Si no existiera tal perversión del lenguaje no llamaríamos políticos a los que son oportunistas funcionarios de bandas organizadas. Decía Kipling, en su poema “If” (si):«Si puedes soportar oír la verdad que has dicho, tergiversada por villanos para engañar a los necios. O ver cómo se destruye todo aquello por lo que has dado la vida, y remangarte para reconstruirlo con herramientas desgastadas». Y sigue proclamando la capacidad de revertir la miseria, porque es una hermosa lección a su hijo para que se mantenga fiel a sus ideales y luche por ellos. Si todos aprendiéramos algo de la historia en nuestra lengua y nuestros lenguajes, el futuro sería más reconocible y no este barullo actual donde no hay lengua que nos libere.