De nuevo
De nuevo lo mismo. Lo de siempre. Con un matiz imprescindible de señalar: la derrota estrepitosa de Amaia y Alfred en Eurovisión ha sido recibida con entusiasmo por la caverna mediática españolista. Desde diferentes medios y con el aliento de algunas formaciones políticas, habían pedido un boicot a la parejita por ser sospechosos de no ser españoles de pura cepa: un catalán y una vasca de Iruñea. Para colmo, sobre todo él, no ocultaba sus tendencias catalanistas. Pero no les ha hecho falta a los cafres ultramontanos gastarse ni un euro, la desastrosa actuación, la ñoñería de la canción, el exceso de glucosa de la parejita ha ayudado bastante para que el voto popular los coloque en el número veintitrés de veintiséis. El desastre de siempre. Lo habitual.
La diferencia es que esa propaganda de cada edición, esa euforia inusitada de cada año, esa promoción desligada de cualquier motivo contrastado, la simple necesidad de crear una nueva mentira, habían convencido a muchos ingenuos que esa parejita, con esa cancioncilla romántica, estaba de acuerdo con lo que se llevaba ahora, en este momento en Eurovisión, como si existiera alguna razón para establecer algún reglamento, canon o inspiración europea consensuada del momento. La frustración siempre es mayúscula. Se estudia en los rasgos de masoquismo social. Los toros, la sangría insultante, las procesiones, los bigotes de los picoletos y el ridículo en Eurovisión forman el genuino carácter español.
De nuevo otra polémica de siempre. Ha ganado Israel, que está en una supuesta Europa del Sur, es decir, en ese lugar donde se funden Asia y África. Y hay documentos para firmar reclamando que no es de recibo esta presencia en actos culturales y deportivos europeos del Estado de Israel, una suerte de imposición por las armas y el capital.