Pragmatismo
Cuando se pronuncia la palabra pragmatismo en asuntos relacionados con la práctica política, siempre la recibe mi ordenador central en italiano, con olor a orégano y parmesano. Ahora la escucho con olor a tortilla de patatas de batzoki. En Italia va a formar gobierno un abogado, Giuseppe Conte, con un currículum más falseado que el de Pablo Casado, que asegura que se va a convertir en “abogado defensor de los italianos”. De todos, empezando con los de Cosa Nostra. Al PNV le otorgan el beneficio de la deuda histórica en los presupuestos y lo etiquetan los adalides del discurso españolista como un logro porque ha vencido la parte pragmática. ¿Hay otra alma jeltzale cargada de idealismo, nacionalismo, o algo que no sea cuadrar las cuentas, construir vías de trenes que descarrilan el equilibrio territorial, carreteras innecesarias, todas las obras con mucho cemento que siempre dejan huella en los procesos y comisionistas? No sé detectarla con claridad. Está muy difusa, es cambiante, oportunista.
Digan lo que digan, dan oxígeno a la banda de M. Rajoy apoyando unos presupuestos junto a toda la caspa españolista, de la manita de Rivera. La rueda de prensa de Aitor Esteban es lo más parecido a un monólogo sobre el cinismo, la negación de la ética, el rompimiento de los compromisos y el todo vale. Eso sí, prestándole el tractor de manera incondicional a Rajoy. Cuarenta y cinco minutos de justificaciones peregrinas por romper con su palabra y además diciendo que el 155 se va a levantar en breve. Seguro. De aquí a dos años, puede ser en breve. Todo es relativo. Miras a Urkullu y entiendes el relativismo pragmático. O el pragmatismo relativista. Algunos leen la letra pequeña de esta claudicación y no saben si llorar o aplaudir. Depende de la parte del contrato en la que estés. Los no vacunados contra el pragmatismo, aplauden.