Irati Jimenez
Escritora
JO PUNTUA

Iruñea

Seguramente es una astracanada tuitera –otra más– y no merece siquiera comentario pero cada vez que pienso en la «propuesta» de que las mujeres boicoteemos los sanfermines en protesta por las decisiones judiciales del caso “La Manada” me siento como el viejo que gritaba a una nube en Los Simpsons: furiosa y sin ganas de dejar de estarlo.

Evidentemente, se trata de un exabrupto machista e irrealizable que coarta la libertad de las mujeres y que no merece que se le preste atención más que para afirmar, una vez más, la evidencia. Y es que no hay ningún otro delito en el que se rebaje tanto y tan a menudo el grado de responsabilidad del que lo comete como en los delitos sexuales contra las mujeres.

Así es nuestra desgraciada cultura de la violación. Incluso cuando una ciudad se pone en pie y da un ejemplo cívico e institucional admirable hay quien busca responsabilizarla del mismo delito contra el que se ha rebelado firmemente, solidariamente, ejemplarmente.

Esta ciudad, que me acogió hace unos años con la generosidad de su bullicio, tiene esa cualidad. La de ponerse en pie, la de rebelarse ante la injusticia y por sus derechos. Lo ha hecho una y otra vez, recordando militantemente los sanfermines atroces de hace cuatro décadas; construyendo un movimiento feminista que ha permitido, entre otras cosas, la respuesta ante el caso “La Manada”; articulando fiestas de barrio, movimientos vecinales, asociativos y políticos que han mantenido viva su mejor posibilidad durante sus peores momentos. Incluso gobernada por los caciques que acabaron esquilmando hasta su banca, Pamplona ha sabido siempre sobrevivir y lo ha hecho, además, con una admirable capacidad para ocupar la calle y para vivir la fiesta.

Si me opongo a oponerme a los sanfermines, de esta o de ninguna otra manera, es porque no descarto que sea ahí donde reside su fuerza. Quizá resida en su capacidad para la alegría toda su capacidad transformadora y esa sea, más que ninguna otra, su gran lección emancipadora.