Sergio Jaramillo
Excomisionado de Paz y actual embajador de Colombia en Bruselas
GAURKOA

Lo que hizo posible la paz con las Farc

El conflicto colombiano ha sido el más largo en la historia de América Latina. Tan largo, que se convirtió en una forma de vida. Nuestros oficiales pasaban toda su carrera militar combatiendo con dedicación a un mismo enemigo, la guerrilla por su parte, si bien disminuida, seguía rondando las selvas y montañas, y la población civil en las zonas de conflicto sobrevivía como podía, mientras que a las mayorías en las ciudades solo las imágenes en sus televisores les recordaban que vivían en un país en guerra.

Cuando un conflicto se prolonga por más de cinco décadas, como ocurrió en nuestro país, es también porque hay prácticas e intereses que militan en contra de cualquier solución. La pregunta entonces es: si Colombia padecía un «conflicto insoluble», como dicen los expertos, ¿por qué esta vez se pudo llegar a un acuerdo? O, dicho de otra manera, ¿cómo fue posible transformar la lógica de la confrontación en una lógica de cooperación?

Antes de intentar una respuesta, vale la pena recordar aquí dos ideas de Thomas Schelling, el gran teórico de la estrategia (y quien tuvo la amabilidad, a los 93 años, de asistir en 2014 a una reunión en Nueva York sobre la negociación de La Habana). La primera es la idea bien conocida de que ningún conflicto es un puro conflicto o confrontación, sino más bien una combinación de intereses que pueden motivar tanto la confrontación como la cooperación.

La segunda idea es un complemento de la primera: por esa razón –por que puede haber soluciones de cooperación con las que todos ganan– «ganar» en un conflicto no significa tanto ganar con relación al adversario, sino «ganar con relación a nuestro propio sistema de valores».

Una negociación puede ser entonces la mejor manera de ganar en un conflicto, en la medida que alinea los intereses de cooperación de las partes, termina la guerra (¿se necesita más justificación para una negociación que salvar vidas?) y permite construir una solución en la que gane toda la sociedad y ganen las víctimas en particular, las del pasado y las potenciales del futuro. Que es lo que significa, creo yo, ganar «con relación a nuestro propio sistema de valores».

Eso en todo caso fue lo que tratamos de hacer en La Habana: llegar a un acuerdo que pusiera fin al conflicto y abriera las puertas a una etapa de transición para implementar el acuerdo y cerrar el conflicto histórico, en beneficio de toda la sociedad.

Volvamos a la pregunta: ¿por qué esta vez sí fue posible llegar a un acuerdo? Hay dos formas, complementarias, de ver el problema. La primera es: ¿qué condiciones cambiaron que hicieron posible las negociaciones? Esto es lo que los estudiosos suelen llamar el momento propicio o «maduro». Dejemos esa discusión a los historiadores y analistas, aunque no sobra señalar que el cambio que más se suele mencionar –el cambio en el equilibrio militar– fue sin duda una condición necesaria para que se dieran las negociaciones, mas no suficiente. Muchos astros se tenían que alinear, como dijo Helmut Kohl de la reunificación alemana. Además, prácticamente ninguna guerrilla se rinde. El conflicto habría podido prolongarse en las zonas rurales de Colombia por décadas sin ningún problema.

El punto es que la existencia de condiciones favorables en ningún caso garantiza un resultado. La historia está repleta de momentos propicios que se dejaron pasar porque no se construyó una solución.

Esa es la otra manera de mirar el problema: entender el proceso de paz como la construcción de un espacio que permita cambiar la mezcla de intereses, de manera que la cooperación prevalezca por sobre la confrontación. Esa es la esencia, a mi juicio, de la paz –y quizá de la estrategia en general–: construir espacios que encaucen la realidad y hagan que las cosas fluyan en una cierta dirección y que las personas se comporten de otra manera, abriendo posibilidades de cambio y transformación.

Es, si se quiere, una forma de diseño, que no difiere mucho de construir una casa: se acuerda un plan, se ponen los cimientos, luego el piso, luego se agregan unas habitaciones, etc. Excepto que se trata, literalmente, de una casa en movimiento.

Intentaré describir diez pasos que, a mi juicio, hicieron posible convertir la lógica de confrontación en una lógica de cooperación y llegar a un acuerdo.

El primer paso fue, sencillamente, reconocer que había una ventana de oportunidad para la paz y. sobre todo, reconocer el conflicto. Eso fue lo que hizo el presidente Santos en 2010. Sin esa claridad de visión y la disposición a asumir todos los riesgos políticos, sencillamente no habría habido acuerdo.

Al mismo tiempo, después de tres procesos de paz fallidos –en la Uribe, en Tlaxcala y en el Caguán– sabíamos que otro fracaso cerraría las puertas en el futuro a cualquier intento de negociación. Nos vimos por tanto obligados a seguir una «estrategia de prudencia», que no es otra cosa que ir paso a paso y hacer las cosas de manera incremental, construyendo sobre resultado concretos. Es bien sabido que la mejor manera de asegurar la cooperación entre adversarios es construir resultados paulatinamente a lo largo del tiempo, lo que a su vez construye confianza, porque demuestra seriedad.

Sea como fuere, a finales de 2010 el presidente Santos reconoció públicamente mediante un proyecto de ley –la Ley de Víctimas– que había en Colombia un conflicto armado interno. Algo perfectamente obvio (cientos de nuestros soldados morían año tras año en operaciones militares, todas conducidas bajo el DIH, es decir el derecho de la guerra), pero no para el gobierno anterior, que siempre lo negó. Esa negación constituye la base de la ideología del expresidente Uribe y el principal impedimento a una solución sensata del conflicto.

Sin ese reconocimiento no hay el marco necesario para una negociación de paz, por dos razones. Primero, porque que el eje de cualquier negociación en cualquier parte del mundo es el desarme de la guerrilla a cambio de su tránsito a la política. De otra manera no hay negociación posible: ninguna guerrilla deja las armas para luego saltar a un abismo, sino para transformarse en un movimiento político.

Ese tránsito encuentra su justificación en que significa el cierre de un conflicto armado, el fin de la violencia política y por tanto el fortalecimiento de la democracia. Además, sin el marco del conflicto tampoco hay una base de dignidad, y sin dignidad no hay negociación posible.

Por otra parte, es el marco del conflicto el que permite determinar qué conductas son lícitas y qué conductas deben ser sancionadas porque constituyen una infracción a las normas del derecho de los conflictos armados. Y, sobre todo, permite y justifica la puesta en marcha de un sistema de justicia transicional para responderles a las víctimas.

Lo que está en juego es entonces la idea misma de la transición. Sin el reconocimiento del conflicto no solo no hay negociación de paz posible, sino tampoco un concepto coherente de transición, con todas las consecuencias que ello tiene para las víctimas, para la paz, para la reconciliación y para la construcción de una visión colectiva del futuro del país.

©El Tiempo

El artículo completo disponible en la siguiente página del diario El Tiempo: http://www.eltiempo.com/politica/proceso-de-paz/sergio-jaramillo-explica-como-se-logro-la-paz-con-las-farc-247388