Navidad
En Vigo ya han colocado los adornos luminotécnicos de Navidad. No se han encendido todavía, pero Abel Caballero, su alcalde, los presentó ante las cámaras con un discurso que forma parte del delirio de los políticos en momentos de estremecimiento electoral o de simple subidón de un ego acelerado por la última buena cosecha de albariño. Este alcalde fue ministro de un gobierno socialista. Gana con bastante holgura. Se enfrenta a todos, ya sea por las obras en el estadio del Celta de Vigo, el equipo de su ciudad, o con todas las instituciones supuestamente involucradas por el hundimiento de un muelle donde se estaban celebrando un concierto.
Las iluminaciones navideñas forman parte de un hábito que cuesta cuestionarlo, cuando es un derroche y solamente se justifica por la costumbre de una celebración católica y porque incitan al gasto. Ambas justificaciones son nocivas para la salud mental de la ciudadanía. Las compañías eléctricas están encantadas con estos despilfarros. Los constructores de estos adornos en metal y los fabricantes de bombillas, viven medio año de estos asuntos que se multiplican por la reproducción de los medios audiovisuales de comunicación que fomentan una suerte de competición o competencia, en ocasiones muy pueblerina. Y lo demuestra Abel Caballero, que nos cuenta la cantidad de metros de cables, de motivos, de la altura de los árboles que va a diseminar por la ciudad y acaba apoteósicamente asegurando que va a ser mejor que París, Tokio, Nueva York o Berlín a cuyos alcaldes reta a medirse. Es más, pide a un ministro; Pedro Duque, que explique cómo se vería su ciudad desde una nave espacial. Este suceso se ha producido antes de la entrada del otoño, desde un ayuntamiento socialista y avisa de manera esperpéntica de las municipales que vienen.