Aritz INTXUSTA

GITANAS RUMANAS DE ARROSADIA BUSCAN INTEGRARSE CON MAYÚSCULAS

Unas quince mujeres de etnia gitana rumana acuden dos veces a la semana a aprender a leer y escribir a al centro social del barrio de Arrosadia, en Iruñea. El suyo es un ejemplo de un interés por la integración en un proceso que está siendo complicado.

Gabriela Calofir llegó a Iruñea a finales de 2010. Vino desde Rumanía. Al principio, compartió piso con un grupo de gitanas de su país. Ella no pertence a esta etnia y ni siquiera hablaba el mismo idioma que sus compatriotas. Calofir hablaba rumano y aquellas mujeres se expresaban en romaní. El piso en el que vivían estaba en el barrio iruindarra de Arrosadia, donde hay una importante población de estos gitanos. Calofir no sabría precisar la cifra, calcula que rondará las 200 personas.

Hace tres años, esta joven rumana se apuntó con algunas de sus compañeras de piso al primer curso de alfabetización que se programó en el centro social del barrio. «Quería aprovechar para mejorar mi castellano», explica. Lo cierto es que hoy lo domina muy bien y apenas si se le nota un acento difícil de identificar. Solo la pronunciación de los nombres en euskara se le atraganta un poco. «Nuestros apellidos son fáciles, no sé por qué los decís tan mal. Los vuestros son muy difíciles».

Se trataba de un curso dirigido especialmete a las gitanas de Rumanía. De todas las que se apuntaron, Calofir era la única que no era romaní y, además, también era la única que sabía leer y escribir. «Un 80% de las gitanas y también muchos de los gitanos no saben escribir», explica esta rumana mientras rebusca en los cuadernos de trabajo del curso de alfabetización que acaba de empezar este año. Al final, encuentra el que buscaba y abre por una página en la que se ven escritos a lápiz los nombres de varios países. «Esta mujer, antes de venir, no sabía ni las mayúsculas ni las minúsculas», afirma orgullosa del progreso de una de las alumnas del curso que acaba de empezar.

Hoy Calofir ha ascendido a profesora y Médicos del Mundo la ha contratado como mediadora con esta comunidad. Es su primer contrato legal. «Claro que he trabajado aquí, y mucho, pero no me contrataban. Limpiaba casas de gente que trabaja en Justicia, pero no hacían un contrato legal», dice.

La migración de Rumanía es una de las más tardías, pues llegó con la apertura de este país al espacio común europeo. Los primeros en llegar tienen NIE, un documento que les permite trabajar. Pero luego esta posibilidad se les cortó, quedando buena parte de ellos en ese limbo de la irregularidad. Pueden vivir, pero no trabajar, Aunque a las gitanas rumanas eso apenas les afecta. El suyo no es solo un problema de papeles. «¿Quién las va a contratar con el estigma que tienen las gitanas? Con sus faldas largas y sus pañuelos y sin saber leer, escribir o el castellano», se pregunta la mediadora.

La comunidad gitana rumana de Arrosadia pertenece en su totalidad a los spoitori, una de las cinco etnias gitanas de Rumanía. Y es, por así decirlo, una de las más atrasadas en cuanto a la adopción de los modos de vida modernos. Siguen casándose muy pronto y su grado de escolarización es mucho menor que la de los timisora, presentes en otros barrios de Iruñea y que hablan una lengua diferente. Un (o una) spoitori puede ser considerado adulto con 13 años, con todas las consecuencias. Sus relaciones tienen un punto de clan y muchos siguen haciendo su vida en su idioma señalando con el dedo productos en el supermercado.

El proyecto de alfabetización de mujeres es hoy punta de lanza de un proceso de integración incipiente y muy difícil. Zaira Iturbide comenta que aprovechan las clases para hablar de temas sanitarios o de sexualidad. Aprender las letras también sirve de excusa para esto.

Iturbide forma parte de Yoar, una asociación que integra la red que saca adelante este proyecto, en el que están también Gaz Kaló o SOS Racismo. «Además de este proyecto, en Yoar llevabamos tiempo con un programa para trabajar con los niños. Pero cuando empezaron a apuntarse niños gitanos rumanos, todos los demás niños se desapuntaron», señala Iturbide. De pronto, Yoar tuvo que repensar un proyecto pensado para todos los niños para reconvertirlo en un plan especial para trabajar con menores de etnia gitana rumana (aunque, claro, ya no necesariamente rumanos, sino iruindarras).

Desafíos de convivencia

El Ayuntamiento de Iruñea acaba de lanzar un plan para intentar abordar específicamente los desafíos de convivencia que presenta esta nueva población. Esperan contratar a tres personas a tiempo completo para trabajar en la integración de los unos y en la aceptación por parte de los otros.

Al salir del aula, Calofir se enciende un cigarrillo. Sostiene que hay que trabajar mucho y avanza que los cambios no van a darse de un día para otro. Señala a un banco y cuenta que cazó a un vecino pintándolo con aceite, a sabiendas de que solían sentarse allí un grupo de gitanas, para que se mancharan las faldas. Calofir le gritó a ver qué hacía y el hombre se marchó sonrojado balbuceando escusas. Y es que Iruñerria en su conjunto ya es un urbe europea de más de 300.000 habitantes que se asoma a nuevas realidades y retos que todos sus pobladores necesitan aprender a manejar.