Pepe Gotera
No aguanto más. Desde el primer día he tenido cientos de impulsos para escribir sobre el caso de Julen, ese niño de dos años que desapareció, se supone, en un pozo clandestino en una localidad malagueña. Cuando me decido a emprender esta tarea sin rozar la sensibilidad de nadie, leo que parece ser que, la Justicia (¿qué será eso?) ha empezado a investigar los pormenores de este caso en donde concurren tantas negligencias, tantas situaciones previsibles, que se ha convertido en algo que provoca náuseas y risas, simultáneamente. O a la vez.
Lo obvio es que hay un niño desaparecido, una familia afectada, unas autoridades desbordadas, un concurso de cuñados para encontrar la solución, una legión de especialistas, miles de horas de televisión de la más barata y tóxica y al final, después de convocar a todos los santos milagreros, brigadas de rescate, uniformes, ingenierías variadas, va y cometen un error de cálculo, lo que se dice en términos populares una chapuza en el grosor del hueco vertical y no cabe el tubo encargado especialmente por lo que volvemos a empezar. Al frente de todo ello estaban Pepe Gotera y Otilio.
Nos hablan de cientos de personas trabajando alrededor de un pozo realizado sin autorización. Con un padre que asegura que su hijo está ahí, porque se cayó cuando iba con él. Decenas de políticos y técnicos que aparecen chupando cámara en un espectáculo que cuesta muchos cientos de miles de euros, con un fin noble, rescatar el cuerpo de Julen, pero que de ser cierto todo, su caída es consecuencia de actividades ilegales y de alguna irresponsabilidad paterna. ¿Hay seguro que cubra lo que está sucediendo? Todo este circo tecnológico y mediático, ¿quién lo paga? Cuando se recupere ese dinero se deberían sellar las decenas de miles de pozos ilegales existentes. Da terror.