Koldo LANDALUZE
DONOSTIA

Stanley Kubrick, 20 años huérfanos de preguntas y dudas existenciales

Stanley Kubrick falleció hace 20 años en su casa de Hertfordshire, ubicada en plena campiña y al norte de Londres, mientras dotaba de forma definitiva al que sería su testamento fílmico, «Eyes Wide Shut». Obsesivo, polémico, genial, filósofo y oscuro, son algunos de los múltiples adjetivos que le adjudicaron y que dificilmente resumen la perspectiva creativa de un cineasta que figura entre los más referenciales de la historia del cine.

Nacido en el Bronx neoyorquino el 26 de julio de 1928, desde muy joven Stanley Kubrick descubrió en los objetivos de las cámaras la herramienta perfecta para mostrar su visión personal del ser humano.

La cámara réflex que le regalaron sus padres se convertiría en la primera llave que le abrió su primera ruta profesional a través de la fotografía y la producción de documentales. Su siguiente etapa le llevó en el año 1953 a dar forma a su primer largometraje, “Miedo y Deseo”, y en aquellos fotogramas comenzaron a asomar sus primeros miedos y obsesiones. El vértigo sentido por el cineasta le llevó a renegar de lo filmado y optó por retirar del mercado todas las copias de la película.

“Atraco perfecto”, rodada tres años más tarde, desató su talento como cineasta y a partir de entonces nada ni nadie lo detuvo. Con tan solo trece largometrajes en su haber, Kubrick es sin duda uno de los directores más venerados de la historia del cine gracias a la enorme personalidad que impregnó a sus trabajos, fue un privilegiado de la Industria, ya que consiguió el control total de su obra, incluido el montaje final. Las impactantes imágenes de sus películas, la originalidad de sus planteamientos, las innovaciones técnicas y la profundidad filosófica de sus historias hicieron de Kubrick un director único y, por ello, polémico.

 

Trece películas

Con “Atraco perfecto” (1956) se dio a conocer y comenzó a marcar su estilo cinematográfico. Los flashbacks y el uso que hizo del tiempo para narrar la historia de un atraco a un hipódromo supuso toda una innovación. Pero fue “Senderos de gloria” (1957) la que hizo de él, de inmediato, un director de culto. Este implacable alegato antibelicista protagonizado por Kirk Douglas, se convirtió en todo un referente del cine antibelicista por su falta de sentimentalismo y por su verismo. En “Espartaco” (1960) volvió a trabajar con Douglas en una historia que recrea la rebelión del esclavo tracio contra el Imperio Romano.

Su primer filme británico fue “Lolita” (1962), una adaptación de la novela de Vladímir Nabokov, que cosechó la misma polémica que la versión escrita, y en su siguiente apuesta abordó por primera y última vez la comedia, “Teléfono rojo: ¿Volamos hacia Moscú?” (1964), un irónico filme gobernado por Peter Sellers.

Los siguientes cuatro años Kubrick se los pasó inmerso en el rodaje y posproducción de la que es su película más célebre “2001: Una odisea del espacio” (1968), que muchos consideran el mejor filme de ciencia ficción de la historia del cine y que legaría para la posteridad al ordenador Hal 9000 y su impactante agonía. Su siguiente incursión fílmica tampoco dejó indiferente a nadie, rodada en el año 71, “La naranja mecánica”.

En relación a este título basado en la novela de Anthony Burgess, el propio Kubrick señaló que «somos capaces de los actos más bondadosos y los más perversos: el problema es que, a menudo, cuando nos interesa, no distinguimos entre unos y otro».

Sus siguientes filmes pusieron de manifiesto un giro radical en sus temáticas y, visto que nunca pudo llevar a cabo su ansiado proyecto sobre Napoleón Bonaparte, se escudó en el siglo XVIII para rodar, mediante la luz natural de las velas, “Barry Lyndon” (1975). En 1980, Zinemaldia acogió en su clausura el nuevo y esperado proyecto de Kubrick, la adaptación de la novela de terror de Stephen King “El resplandor”. Acogida con gran frialdad, fue duramente criticada por la prensa y a este coro se sumó el propio King, el cual dijo de ella que era «como un enorme y precioso cadillac sin motor adentro. Puedes sentarte y disfrutar del olor de la tapicería de cuero, pero no puedes conducirlo a ninguna parte». En 1988 retomó la senda antibelicista con su muy personal acercamiento a la guerra de Vietnam  (“La chaqueta metálica”) y doce años después, volvió a colocarse detrás de la cámara para rodar el que sería su testamento fílmico, “Eyes Wide Shut”.