Esqueletos
Protestan los habitantes de las zonas rurales despobladas, “vaciadas” es la palabra utilizada para lograr la concienciación general. Parece ser que según las cuentas de los estadísticos y asesores de gramática parda de los candidatos de los partidos franquicia, en los territorios vaciados y sus alrededores se ventilan en las elecciones generales cerca de cien escaños. O sea, la cosa tiene su miga. Como estamos en tiempos de autoficciones y distopías, atravesando Euskal Herria en tren me vino a la mente una circunstancia apocalíptica: ¿cómo serían esas poblaciones vascas, entre montes y fábricas, cuando la próxima recesión acabe con esas industrias? Y sentí un escalofrío y una especie de vómito de futuro: esqueletos de fábricas, chimeneas apagadas, edificios de viviendas vacíos, bares en traspaso, ikastolas bajo mínimos.
No lo pude resistir y me puse a pensar en un entretenimiento de ética periodística al que juego con excesiva frecuencia y que empieza a convertirme en un pervertido: ver a Eduardo Inda en “La Sexta Noche”, para cagarme después en sus muelas, en la cadena que le protege, en el espíritu de la transición y hasta en el bigote de Arias Navarro. Inda convierte en un periodista moderado a Marhuenda. Y Marhuenda convierte en rojos de asustar a los otros tertulianos, entre los que sigue estando esa señora que tiene siempre la razón, que fue alto cargo con Aznar y que estuvo leyendo, con énfasis y violencia asertiva, en la concentración protofascista de Colón.
No tienen ya ninguna excusa, ni un pase, ni se le puede hacer la pelota tanto a ese impresentable ser de todas las cloacas y de todas las corrupciones. Eduardo Inda es un peligro democrático, un insulto periodístico, carne de presidio, chulo de comisaría. ¿De dónde saca el dinero para su panfleto? Del fondo de reptiles y ratas. El esqueleto de rascayú.