Raimundo Fitero
DE REOJO

Los labios

La lectura de los labios es una actividad de entretenimiento y profesional en alza, a la vez. El fútbol, como plataforma de tendencias y regresiones sociales y costumbres, ha popularizado el hablar con la mano delante de la boca para que nadie interprete lo que se dicen entre ellos, al árbitro o a los dioses. Menos cuando alguien se cabrea y entra en un estado de agitación fisicoquímica que hace descontrolar los resortes de prudencia. Le pasó este fin de semana a un ciudadano nacido en Brasil, en una bella población llamada Lagarto, que se convirtió por las artes del patriotismo funcional de los españoles de pulserita en jugador de la selección española. El árbitro lo expulsó inmediatamente por mencionarle a su madre, pero como jugaba contra el Barça, la cosa de ser una anécdota deportiva ha tomado rango de material de intoxicación para la campaña electoral. Las personas sordas normalmente saben reconocer lo que se dice mirando los labios. Otros especialistas de comunicación y de la Policía se entrenan para ello. Los políticos en celo electoral deberían no ponerse las manos delante, sino un bozal. Me encantó a un tal Daniel Lacalle, famosos tertuliano y supuesto genio de la economía neo-liberal, es decir de los que siempre están a favor de la banca, la que recortar derechos y salarios o pagas de jubilación es su máxima alegría, cómo en un directo ante lo que escuchaba decir a un contrincante de otro partido, iba diciendo con los labios, «mentira, mentira», hasta que subió el tono, recordó que estaba en televisión y ya dijo a pleno voz la misma palabra, pero repetida hasta la mentira absoluta. Ni era mentira ni era verdad, era la mentira verdadera de los economistas que venden peines.

Parafraseando a David Mamet, los mismos labios que te pueden dar un beso o cantarte un bolero de amor, te pueden mandar a la mierda.