Porque tenemos ojos
Chimamanda Ngozi Adichie nació en Nigeria, ha escrito novelas, ensayos y textos teatrales y hace varios años consiguió fama mundial gracias a “Todas deberíamos ser feministas”, un libro luminoso que tiene la extraña virtud de hacer pedagogía sin paternalismo y de hablar no solo de las mujeres sino a favor de ellas.
Me gustó tanto que regalé varios ejemplares y me animé a leer entrevistas con la autora, algo muy arriesgado teniendo en cuenta las tonterías y mistificaciones que solemos decir las escritoras y escritores en cuanto nos dejan hablar.
No me arrepentí. Creo que nunca le he oído decir nada que no sonara a ella misma, que no fuera propio, que no resultara interesante. De hecho, cito habitualmente lo que le dijo a un periodista que le preguntó por qué damos tanta importancia a los cánones de belleza; por qué se reflexiona tanto sobre ello desde los feminismos; por qué, en fin, hablamos tanto del físico. No sé qué habría contestado yo, pero nada tan cierto como lo que respondió ella. «Porque tenemos ojos».
Esos ojos ven. Y valorar la información que reciben no solo es un imperativo neurológico, es el resultado inevitable de vivir en sociedad. Solemos olvidarlo.
Juzgamos con tanta severidad la relación de las mujeres con nuestro aspecto físico que actuamos como si pudiéramos no ver y olvidamos que tanto o más extraño es lo que hemos hecho con los hombres, que han transitado por el mundo siendo juzgados por la importancia de sus palabras, el esplendor de sus ideas y la gloria de sus opiniones. Algo cambiaría, algo que nada tiene de frívolo ni de banal, si recordáramos que el mismo machismo que intenta deformar la mirada femenina para minusvalorarnos y condicionarnos al juicio externo, nos ha entrenado también para ignorar, no solo el físico de los hombres, sino su resistencia a hablar de lo difícil y traumática que puede resultarles la vivencia de su aspecto, su belleza o su estatura. Quizá la pregunta no sea por qué hablamos tanto del físico sino de un físico.