Victor ESQUIROL
TEMPLOS CINÉFILOS

Hollywood a la Tarantino

Vinimos a esto. La 72ª edición del Festival de Cine de Cannes demostró, a través de su selección de películas, por qué esta es la celebración cinematográfica más importante del mundo. La previa estuvo marcada por una colección de grandes títulos y autores que, para mayor gozo, resulta que están respondiendo a las expectativas. Eso sí, antes tuvimos que comernos una buena ración de suspense. La película más esperada de todas no se confirmó en la primera ronda de anuncios. Al parecer, su autor estaba todavía encerrado en la sala de montaje, terminando el trabajo, y hasta última hora, no sabríamos si este llegaría a tiempo o no a la invitación de Thierry Frémaux.

Pues bien, al final tuvimos «happy ending», y pudimos ver “Érase una vez en Hollywood”, de Quentin Tarantino. La novena película del maestro americano fue claramente el evento que definió al festival... aunque no de la manera entusiasta que algunos esperábamos. La propuesta, como ya sabíamos, implicaba revivir aquel Hollywood en transición de finales de los años sesenta.

La pregunta existencial consistía en determinar si detrás de este viaje temporal habría algo más que nostalgia cinéfila. La verdad es que viendo el resultado, la duda sigue flotando en el aire. Incomoda (o directamente decepciona) por la poca contundencia con la que el producto es capaz de defender sus intenciones... Pero al mismo tiempo reconforta por aquello en lo que Tarantino es infalible. Esto es, una dirección de actores que eleva, de nuevo, a una pareja hilarante (estupendos Brad Pitt y Lenardo DiCaprio), pero sobre todo, ese gamberrismo revisionista, que lo mismo es capaz de preservar ese recuerdo idealizado, como dinamitarlo de la manera más salvaje. Tarantino en su salsa... y a medio gas.

Así las cosas, lo mejor estuvo en que las buenas noticias en el programa no terminaron con la estrella principal de la jornada. Justo después llegó Ira Sachs con “Frankie”, y se mostró tan discreto, acertado y, por supuesto, emocionante como siempre. En los idílicos parajes urbanos y forestales de Sintra, juntó a Isabelle Huppert con sus seres queridos. Fue un reencuentro a partir de encuentros que obedecían siempre a lo mismo: despedirse. En su nueva película, Sachs convirtió a la muerte y al fin del amor en ejes centrales de la narración, pero se impuso la esperanza, el consuelo, la amistad: el lado más bello del ser humano.

Por último, quedó tiempo para fichar en uno de los compromisos más ineludibles de la cita cannoise. Los hermanos Dardenne, hijos predilectos del certamen francés, presentaron “El joven Ahmed”, película en la que su siempre atenta cámara siguió los pasos de un chico radicalizado por el integrismo islámico. Temática peliaguda, urgente y complicada, sin duda. Podría hasta considerarse una trampa mortal... pero no para estos cineastas belgas. Su fórmula patentada de cinéma vérité se descubrió una vez como infalible, y en este caso fue la base para trenzar una muy interesante (a la vez que inquietante) reflexión en torno a la posibilidad, más o menos remota, de ver la luz desde lo más hondo del agujero más hondo.