Chernobyl en el Ebro
A mediados de la década pasada Rusia y Ucrania comenzaron un conflicto que afectó a toda la UE. Rusia cortó el suministro de gas natural hacia el oeste, lo que acabó convenciendo a los europeos de que debían cambiar su política energética. Uno de los países que peor adaptado estaba para ello era España, que solo contaba con almacenes de gas natural con capacidad para dos semanas. Europa recomendaba llegar, al menos, a los 90 días.
Así nació el proyecto Castor, un colosal almacén gasístico en el subsuelo marino cerca de la desembocadura del Ebro. Fue también entonces cuando se apostó por la ampliación de la Gaviota, frente a Bermeo, y abrir otras plantas. La concesión valenciana se la llevó una filial de ACS, de Florentino Pérez, que pronto buscó financiación para su obra faraónica. Pero, aunque todos los agentes públicos y privados lo negaban, desde el principio hubo dudas sobre la estabilidad geológica de la zona.
Como los inversores no estaban dispuestos a correr con ese riesgo, el Gobierno de Rajoy optó por hacer responsable al Estado si la cosa salía mal. Beneficios seguros para el privado y las pérdidas, cuando llegaran, para las arcas públicas. Y no tardaron en llegar. A finales del verano de 2013, cuando el Castor inició las inyecciones de gas de prueba, la tierra entre Catalunya y el País Valenciano comenzó a temblar. Hubo 220 seísmos que generaron alarma y pérdidas económicas en la población. La planta se paró poco después y, finalmente, se dio por perdida. El grupo de Florentino Pérez fue indemnizado por el Gobierno de forma exprés con 1.350 millones.
Uno ve Chernobyl, la serie documental de éxito en Netflix, y solo puede sorprenderse sobre la gestión caótica y negligente del desastre. El Gobierno soviético mintió y minimizó lo que estaba sucediendo, y se demostró que la crisis rusa de los 80 fue la excusa perfecta para reducir los controles nucleares. Pero, viendo la serie en una semana clave para la comisión de investigación sobre el Castor en el Parlament catalán, uno solo puede imaginar que, si Chernobyl hubiera explotado en el Ebro, aquí además probablemente alguien hubiese pegado un buen pelotazo.