Anjel Ordoñez
Periodista
JOPUNTUA

Entreguerras

Miro la televisión y veo, entre preocupado y entretenido, que España se acomoda en los tiempos de la hipérbole. Entretenido, porque siempre lo es, para qué engañarnos, curiosear en los dimes y diretes de tus vecinos. Especialmente si no te llevas bien con ellos y la feria se les complica. Pero preocupado, porque, aquí tampoco vamos a engañarnos, son vecinos con muy mala hostia y, de momento, tienen las llaves de la comunidad. Algo así, no se lo tomen al pie de la letra.

Pues eso, que en España hablan del «aliento guerracivilista» del Gobierno de Sánchez con la «profanación de la tumba de Franco», de una Catalunya «batasunizada» y «golpista», de una izquierda «podemarra» y «cainita», y de otras muchas lindezas que les ahorro. Una retórica desatada, instalada en un rencor atávico y destructivo, que ha elevado el recurso a la descalificación, el insulto y la infamia hasta niveles de sofisticación difíciles de superar.

Pero voy más allá. Como decía, hace mucho tiempo que en el Madrid más gélido está de moda el culto a la hipérbole, la exageración y el exceso. Tanto, que han superado el ámbito del ergotismo patológico losantosiano, siempre emético pero reconocible, para instalarse directamente en la mentira. O, como la definen los teóricos, la posverdad. La realidad verificable, objetiva, centro del debate político hasta no hace tanto, ha sido desplazada, repudiada. Ya casi nadie se molesta en manipular o distorsionar la verdad –entendida como reflejo de la realidad–, simplemente ha dejado de tener importancia para la creación de opinión. Es como si mentir a cara descubierta no fuese una grave transgresión ética –cuando no un delito–, sino una simple y tolerada licencia dialéctica para sostener una determinada opción política, económica, militar, cultural...

¿Y adónde lleva todo esto? No lo sé. De momento, a un variado pantone de verdades paralelas, a un cenagal de recursivas e insensatas apelaciones a lo emocional y a la extrema simplificación –tan vacía como interesada– de la realidad. Eso, de momento. Y con la llegada de la aurora, el rosario.