¿Accidente histórico o gesto calculado de un sistema agónico?
30 años después, la repentina apertura de las fronteras por una RDA en crisis terminal sigue generando preguntas sobre la improvisación o el cálculo previo de una medida que llevó a la autodisolución del país.
Por lo que yó sé, esto entra en vigor inmediatamente, sin retraso». Con estas palabras, y en respuesta ante la insistencia de los periodistas, Günter Schabowski, responsable de información del partido único en la RDA (SED, Partido Socialista Unificado de Alemania), anunciaba a las 19.00 del 9 de noviembre de 1989 la caída del Muro de Berlín.
¿Accidente de la historia? ¿Consecuencia de la deriva y descontrol de una jerarquía, con tintes crecientemente gerontocráticos, en el poder? ¿O un gesto calculado de un sistema consciente de su inminente caducidad y colapso?
Tres décadas después, el debate entre historiadores persiste.
Recordando el nerviosismo que transmitía en aquellas imágenes el portavoz y miembro del Politburo del Comité Central del Partido, quien se rascaba la cabeza, se ponía y quitaba las gafas y rumiaba nervioso buscando entre un mar de papeles, muchos dirían que el anuncio bomba fue una pura improvisación o cuando menos una pasada de frenada. La cara de estupefacción que pusieron los periodistas ante la declaración «como quien no quiere la cosa» del representante de la cúspide de la dirección del «Estado de los Obreros y los Campesinos» alimenta esa tesis.
Egon Krenz, quien sucedió días antes, el 18 de octubre, en la jefatura del Partido y del Estado al histórico y octogenario Erich Honecker, tiene claro que Schabowski colocó a la RDA «ante el abismo» al proclamar «por su propia cuenta y riesgo» la entrada inmediata en vigor de la posibilidad de cruzar la frontera.
Frente a un Honecker que meses antes había aplaudido a China por haber sofocado «la algarada contrarrevolucionaria» de Tiananmen, Krenz apostaba por intentar salvar a la RDA con reformas, incluida una liberalización de los viajes con un sistema de visados sin las vigentes condiciones draconianas.
Y asegura que el 9 de noviembre confiaron precisamente al citado portavoz la misión de anunciar públicamente esas medidas, que debían entrar en vigor y que, además de mantener las instalaciones fronterizas, de ninguna manera incluían el final del muro; medidas decididas ese mismo día en petit comité.
Schabowski murió en 2015 con 86 años sin llegar a aclarar la cuestión. Pero una versión que ofreció en 2009 al diario “TAZ” negaba improvisación alguna y abonaba una suerte de mezcla de las otras dos hipótesis.
Según él, la apertura de fronteras fue impuesta sin miramientos al Comité Central del Partido, dominado por una vieja guardia postestalinista, por un pequeño círculo de reformadores.
«Llegamos a la conclusión de que si queríamos salvar a la RDA teníamos que dejar salir a la gente que quería huir», aseguraba entonces, presentándose como un ardiente reformista.
No obstante, su tono autocomplaciente –«nadie podía parar el movimiento que se desbocó con mi anuncio»–, arroja dudas sobre el nivel de previsión de sus declaraciones. El antiguo opositor y presidente del Parlamento alemán Wolfgang Thierse tiene claro que Schabowski no fue entonces consciente del impacto que iban a generar sus palabras.
Lo que está claro es que el régimen afrontaba desde hacía tiempo una crisis terminal. Desde comienzos de setiembre, cientos de miles de alemanes del este se manifestaban cada semana en pueblos y ciudades bajo el lema «Nosotros somos el pueblo» y «Queremos salir».
Pero la crisis que sacudía a la RDA y conducirá a la caída del Muro no es sino el corolario de las convulsiones que ese mismo año de 1989 atenazan a los países del Pacto de Varsovia y que llevarán al colapso de sus regímenes.
Hungría, enfrascada desde hace meses en un proceso de reformas, desmantela en mayo un sistema de alarma eléctrico y de doble valla en la frontera con Austria. En setiembre, Budapest autoriza a los alemanes orientales a cruzar a Austria, denunciando unilateralmente un acuerdo de 1969 con la RDA.
El 7 de octubre, el PSOH abandona toda referencia al comunismo en sus estatutos y tres semanas más tarde, el 23 de octubre, el país se proclama oficialmente República de Hungría, retirando de su constitución los términos popular y socialista, mientras miles de personas se manifiestan y tumban estatuas comunistas con motivo del 33 aniversario de la insurreción de 1956.
Las primeras elecciones pluripartidistas en Polonia consagran en junio de ese año la victoria del sindicato Solidarnosk. El resultado aupa al poder al primer jefe de Gobierno no comunista en un país del este en 40 años, Tadeusz Mazoiecki, asesor de Lech Walesa, quien será nombrado presidente de Polonia un año después.
En este contexto, los círculos del poder en Berlín asisten noqueados a manifestaciones como la de los lunes en Leipzig y en otras ciudades, las mayores protestas desde el levantamiento obrero de 1953. Saben que no pueden contar esta vez con la intervención del Gran Hermano soviético..
Ensimismado con sus políticas de Perestroika y Glasnost, el líder soviético, Mijail Gorbatchov, visita Berlín con motivo del 40 aniversario de la fundación de la RDA y adivierte personalmente a Honecker de que «cuando uno llega tarde es castigado por la vida».
La dimisión inmediata de quien liderara el país desde los setenta provoca un clima de efervescencia que saca a las calles de Berlín a hasta un millón de personas –según crónicas de la época–, lo que supondría las tres cuartas partes de sus habitantes.
El Gobierno dimite en pleno el 7 de noviembre y dos días más tarde se hunde el Muro tras el anuncio que ha abierto esta pequeña crónica histórica.
El histórico suceso generará a su vez reacciones en cadena. En Bulgaria, el histórico líder comunista Todor Jivkov no aguanta en el poder más de un día y dimite el 10 de noviembre. Un mes más tarde, el partido comunista búlgaro renuncia a su papel central y se convocan elecciones para el año que viene.
Último país del bloque del este que se resiste a semejante vorágine, Rumanía vacila. Pero la represión a sangre y fuego del movimiento opositor provoca la caída del otrora comunista y devenido simple autócrata Nicolae Ceaucescu, detenido, juzgado sin garantía alguna y de forma expeditiva y fusilado junto a su compañera el 25 de diciembre.
Tres décadas han pasado desde el desmoronamiento del Muro de Berlín. Fue sin duda un suceso histórico para quienes lo vivieron y para los que vimos las imágenes de decenas de miles de personas que saltaban y hacían pedazos con mazos, martillos y con lo que tuvieran a mano el símbolo de la división de Europa.
¡Accidente histórico?, ¿muestra de desintegración de un régimen o movimiento calculado de autoliquidación? Trabajo para los historiadores. Lo que sí está claro es que supuso el final de la RDA y dio un giro total a la escena internacional tras más de 40 años de Guerra Fría.
Lo que supuso ese final y ese vuelco, a 30 años vista, es otra historia.