EDITORIALA
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La frontera como ensayo de sociedad militarizada

La frontera marca el límite de una comunidad. Es el borde que define su extensión y el punto a partir del cual empiezan otras sociedades. Es por tanto un lugar privilegiado para que una comunidad pueda observarse y analizarse. La mera configuración de la frontera ya dice mucho de lo que esa sociedad es o aspira a ser. Es por ello que trabajos como el realizado por la organización Caminando Fronteras, titulado “Vida en la necrofrontera”, que fue presentado ayer en Bilbo por la activista Helena Maleno, resultan imprescindibles para conocer el tipo de sociedad que se está configurando en Europa.

La principal conclusión que se extrae de lo que está ocurriendo en la frontera occidental europea es que la industria de guerra ha asumido completamente el control y gestión de las fronteras. Un dominio que condiciona todo lo demás. El borde se configura como una zona de guerra, y por tanto, como un espacio de no derechos, de excepcionalidad democrática, de prohibiciones, de desplazamientos forzosos y de mucha violencia: violencia machista contra las mujeres y contra la infancia migrante. Esa mentalidad de guerra condiciona todo lo demás, incluso las actuaciones de los cuerpos civiles de salvamento deben plegarse a las exigencias militares. Y también limita y condiciona la política exterior. Así, por ejemplo, se utiliza la Ayuda Oficial al Desarrollo para subcontratar a terceros países para que hagan redadas, detenciones y deportaciones de migrantes a sus países de origen, para financiar la venta de equipos de vigilancia y control, y para entrenar a sus fuerzas de seguridad.

La frontera se ha convertido en una zona gris para los derechos humanos y la democracia; se ha transformado en un territorio de guerra que mata a las personas que migran. Y esa frontera militarizada y sin derechos es también un ensayo general de una sociedad sometida a vigilancia y control sistemático, porque no podemos olvidar que nuestra sociedad empieza precisamente en los límites.