El equilibrio de la muleta
Las muletas existen desde siempre. Hay evidencia de que se utilizaban ya en el Egipto de los faraones. Francamente, tampoco es el invento más creativo de la humanidad. Un cojo trata de buscar un punto de apoyo externo casi de forma natural, y un palo no necesita demasiada elaboración. Pese a ello, ni corto ni perezoso, un ingeniero francés llamado Emile Schlick patentó por primera vez la muleta el 23 de octubre de 1917. «Hola, he inventado la muleta».
En política, las muletas tampoco son nada nuevo. Una tribu, un rey, un conquistador, un conspirador, un político, un partido… casi siempre necesitan alianzas con entidades menores para apoyarse en su camino al poder. En el caso de la CAV, la entente entre PNV y PSE, cojo y muleta, ha adquirido una carta de naturaleza de tal tamaño que los de Idoia Mendia están en disposición de acudir a la oficina de patentes y darle una vuelta de tuerca a Schlick. «Hola, soy una muleta».
En teoría de juegos, se habla de equilibrio cuando ninguno de los jugadores tiene incentivos para cambiar de estrategia. Ni PNV ni PSE los tienen a día de hoy. Los primeros, claro está, porque por muy fuertes e invencibles que se presenten, nunca han logrado una mayoría absoluta. Parte del embrujo de la política en la CAV –la última muestra ha sido la gestión de la pandemia– es que el PNV actúa como si tuviera 38 diputados en Gasteiz. No los tiene.
Es más debatible por qué el PSE no encuentra incentivos para dejar de ser un punto de apoyo y reivindicarse como partido autónomo. Puede ser la falta de ambición política, la posibilidad de repartir cargos y decidir sobre una ínfima porción del presupuesto público, o el prestarse como moneda de cambio para blindar el apoyo del PNV en Madrid, que es donde al fin y al cabo el PSOE se juega las habas. Puede ser, probablemente, una mezcla de todos estos elementos.
Pero también juega su papel la ausencia de una alternativa articulable a día de hoy. Una de las características que convierten la del 12 de julio en una cita más o menos aburrida es que lo que tiene que ocurrir para que haya un cambio ya ha ocurrido en términos electorales. Y volverá a ocurrir, muy probablemente. Las urnas ya han dado su visto bueno a otros equilibrios, pero esas aritméticas no se han articulado políticamente.
¿Qué queda entonces? Mucho camino por recorrer para reforzar electoralmente y hacer viable políticamente esa alternativa. Paciencia y perspectiva como antídoto contra el fatalismo, Ipar Euskal Herria como remedio contra la resignación, y como brújula un recordatorio: un cojo apenas sabe andar sin muleta.