Yolanda Ansó
Brigadista en Nicaragua
KOLABORAZIOA

Y nos contentó: «Yo de obispo»

Corría el año 1985, mes de julio, cuando mi compañero y yo íbamos por el Lago de Nicaragua desde Granada hasta San Carlos, una travesía de unas 12 horas en un barquito que allá llaman «plana» que sirven de transporte a las gentes de las dos orillas.

Íbamos como en las villavesas, amontonados y de pie, sujetos a agarraderos para mantener el equilibrio en aquellas aguas más parecidas a un manso mar que otra cosa. Íbamos unas 50 personas y al lado nuestra, otro extranjero como nosotros, un chele que dirían los nicas, alto, flaco como la rabia y con una camisa tipo explorador, sencilla y sudada, como la de todos nosotros en esa situación. Por supuesto surgió la «charla y conversación gratis» que dicen por allá... Buena forma de pasar el tiempo caluroso y húmedo mientras la plana parecía no llegar nunca a San Carlos.

«–Hola, ¿vosotros sois vascos verdad?

–Hola, Sí... y tú de dónde eres.

–Yo soy catalán. Pedro...

–¿Y qué andáis por aquí?

–Hemos venido de brigadistas. Estamos en Los Chiles, cerca de San Carlos con una brigada vasca haciendo una escuela. ¿Y tú?

–Yo he venido de obispo...»

De repente fuimos conscientes de ante quién estábamos... Aquel larguirucho, de ojos vivos detrás de esas gafas, era uno de los que en aquellos años se estaba atreviendo a pasar por encima de la clase dirigente de su Iglesia, y llegaba a Nicaragua a apoyar una revolución armada y a su amigo y compañero Ernesto Cardenal, otro cura rebelde, que era ya ministro de Cultura en esa Nicaragua Sandinista que llevaba ya 6 años de andadura.

Agradecimos lo largo de aquel viaje porque pudimos disfrutar de las historias que aquel hombre nos contó, sobre su vida en Brasil... Sobre el compromiso que le tocó cuando, reunidos los 5 frailes de la zona en una chabola donde vivían (el Mato Groso es una región tan grande como toda Francia), recibieron el mandato del nuncio de la Iglesia brasileña diciéndoles que uno de ellos tenía que ser obispo. Daba igual quién. Hubo que decidir quién de ellos debía ejercer de obispo, sabiendo que con ello tendría encima a los terratenientes de la zona y sus ejércitos paralelos... y lo echaron a suertes y le tocó a él.

Nos contó cómo decidió que la toma de posesión de su «gran título» la iba a hacer vestido con una guayabera en vez de sotana, sobre un pantalón de campesino, con un sombrero de paja en vez de una mitra, con sandalias; como anillo de obispo, el anillo de bodas de su fallecido padre (que lo tenía él) y como báculo, un bastón de madera.

Cómo cuando caminaba entre pueblo y pueblo por las pistas, y escuchaba un motor que se acercaba, pensaba: «bueno, hasta aquí hemos llegado, ahora es cuando me disparan»... y de momento había ido teniendo suerte...

Al día siguiente dio una misa en San Carlos ante miles y miles de personas. Era el sexto aniversario de la Revolución Sandinista.

Aquel hombre que «iba de obispo» es de los muertos que nunca mueren. Es de los Imprescindibles para que este mundo loco siga teniendo algo de esperanza.

Agur eta ohore Pere Casaldaliga!