Un buen nacionalismo
Igual que sobra Iglesia pero hacen falta cristianos de verdad, en España sobran nacionalistas pero falta un nacionalismo democrático que construya una patria sin yugos, que no se sienta amputada cuando pierde una parte de su territorio y que no perpetúe sus problemas por miedo a perder su identidad. España no podrá ser un buen país hasta que no tenga buenos nacionalistas y mientras no tenga buenos nacionalistas seguirá teniendo un nacionalismo ultramontano que retrasa sus reformas para proteger los salvajes privilegios de sus élites extractivas. No hacen falta cambios, mire usté, y el que los pida es que odia a España y a los españoles.
Misma receta desde el Siglo de Oro. Negar las reformas, ponerse furioso frente al adversario, decirle a la gente que está en peligro, fomentar el espíritu doliente del pueblo y crear una España atacada que responda a la presunta agresión con manifiesta agresividad, aunque esa agresividad –como todas– carezca de la fuerza de la convicción y alimente una sensación de impotencia y debilidad que deriva siempre en fascismo.
España es un dogma de fe tan fiero como vacío que la derecha promueve y la izquierda consiente, con el argumento de que «no hay nacionalismo bueno», una estupidez intelectual que ha tenido demasiado recorrido en Euskal Herria y que ha afectado, sobre todo, a la izquierda abertzale, un movimiento político que ha servido y sirve todavía como un contenedor de falacias en el que caben todos los prejuicios. Un día se nos dice que somos demasiado intransigentes y al día siguiente que somos unos vendidos, hoy nos sobra nacionalismo y mañana nos hemos olvidado del país, y mañana seremos unos radicales de izquierda que no son verdaderamente de izquierdas. Cansa esa fina lluvia de críticas –a veces velada, a veces frontal, siempre frívola– que cae constantemente sobre nuestras cabezas y nuestro ánimo, que normalizamos con un enorme coste para nuestra autoestima y que muchos españoles usan con motivo pero que, entre vascos, tenemos que rechazar sin excusa.