naizplus blogak, Ion Telleria
ADELANTO DEL LIBRO "MUERTE A LA REINA DE NAVARRA"

CAPÍTULO I

Un rayo rasgó el tenebroso cielo nocturno que estaba descargando una densa cortina de agua sobre Pau. A continuación, un potente trueno retumbó encima del palacio real y despertó a Juana con un tremendo sobresalto. La reina de Navarra se incorporó en su mullida cama apoyando las manos, mientras la lluvia golpeaba con fuerza contra los vidrios de la ventana de su habitación.

Juana rastreó su entorno en penumbras buscando el origen de ese estruendo, hasta que un nuevo relámpago iluminó la estancia anunciando la inminente llegada de otro trueno, que sobrecogió a la soberana por su fuerza desatada. Entonces comprendió que su brusco despertar era consecuencia de una feroz tormenta nocturna y empezó a recuperar el sosiego perdido.

Ya más tranquila, se recostó de nuevo sobre la almohada y se arrebujó con las mantas. Sus movimientos desplazaron las suaves telas que colgaban del dosel de la cama y por un momento tuvo la sensación de que la misma lluvia le visitaba en el interior de su habitación, pero sin empaparle. Fue una sensación muy placentera a la que se sumó el rítmico golpeteo del agua contra la ventana, un sonido que, ya desde niña, le ayudaba a dormir en sus momentos de insomnio.

Mientras la naturaleza demostraba su poderío en el exterior del palacio, la reina siguió relajándose con la esperanza de recuperar el descanso interrumpido. Cuando ya sentía que poco a poco la somnolencia se iba imponiendo, oyó un suave chasquido que le puso en alerta. Era la manilla de la puerta de la estancia, que cedía suavemente a la presión ejercida por alguien desde el exterior. Poco después, la hoja de madera se fue desplazando lentamente, aunque su camino era delatado por un leve chirrido que Juana seguía intrigada desde su lecho.

«Alguien del servicio habrá venido a comprobar que todo está en orden y que el viento no ha abierto la ventana», pensó la reina, mientras aguardaba a que la puerta volviera a ser cerrada con el mayor sigilo. Pero no. El siguiente sonido que captaron sus oídos fueron las suaves pisadas de alguien que se acercaba. La persona que avanzaba tenía una respiración agitada, nerviosa, ya que la reina la escuchaba perfectamente desde su posición, lo que empezó a inquietarle.

Juana abrió todo lo que pudo los ojos para intentar atisbar qué estaba ocurriendo, cuando un nuevo rayo iluminó por un segundo la habitación. La fulgurante luz había recortado una silueta que se encontraba a tan solo dos metros de su posición y que había detenido por un momento su caminar al verse señalada por la tormenta que seguía descargando sobre la capital del Bearne.

Con la oscuridad dominando de nuevo la estancia, el intruso siguió avanzando con extrema cautela. La tensión le estaba empezando a resultar insoportable a Juana, que no terminaba de entender ese comportamiento. Si se tratara de alguna de sus damas de compañía o alguien del servicio que debía comunicarle un tema urgente, ya le habría advertido de su presencia. Algo extraño estaba pasando y decidió poner fin a la incertidumbre que le embargaba.

–¿Quién anda ahí? –preguntó repentinamente elevando la voz por encima del estruendo de la tormenta, que había ganado en intensidad.

Su pregunta hizo que la silueta se detuviera, mientras la respiración se le agitaba todavía más. Juana iba a repetir su pregunta cuando todo se precipitó.

–¡Muere, hereje! –exclamó una voz de hombre fuera de sí.

El intruso se lanzó hacia delante con todas sus fuerzas, mientras otro relámpago rasgaba la oscuridad y hacía brillar el puñal que enarbolaba en su mano derecha. Cuando la estancia se hundió de nuevo en las tinieblas, el estampido de un impactante trueno se vio acompañado por el de la tela rasgada por la afilada hoja del cuchillo, que se hundió repetidas veces inútilmente.

Juana se estremeció al ser consciente de que su rápido giro hacia la izquierda le acababa de salvar la vida. Con los nervios a flor de piel, la reina de Navarra apartó con rapidez mantas y sábanas para abandonar su atacado lecho por el lado contrario al que se encontraba su agresor.

El frustrado atacante fue consciente de que la anhelada presa había conseguido escurrirse y, rodeado por las plumas que sus puñaladas habían liberado de la almohada, se incorporó dispuesto a enmendar el error. La tormenta iluminó a Juana corriendo hacia la puerta, al mismo tiempo que pedía ayuda.

–¡Socorro, me atacan! –gritó la soberana mientras conseguía llegar a la puerta y la abría con fuerza.

La luz del pasillo le permitió descubrir impactada que los dos guardias que siempre protegían su habitación estaban tendidos en el suelo. No se detuvo a comprobar si estaban muertos, ya que a sus espaldas se oían las fuertes pisadas de su burlado agresor, que se aproximaba a toda velocidad dispuesto a cumplir la amenaza lanzada poco antes de acuchillar su cama.

–¡Madre! –oyó Juana a sus espaldas.

Su somnoliento hijo Enrique había hecho acto de presencia en el otro extremo del corredor tras escuchar los gritos de la reina. Su llamada no solo alarmó a la soberana, sino que hizo que el asaltante se detuviera en seco. Juana también frenó su carrera para descubrir horrorizada que su verdugo había decidido cambiar de objetivo y se dirigía con paso decidido hacia el príncipe de Viana.

–¡No! –gritó angustiada la reina de Navarra.

–Ven conmigo, muchacho –exclamó ansioso el hombre vestido de negro.

En un breve lapso de tiempo, la disposición de los bailarines de esta macabra danza mortal había cambiado radicalmente, con el agresor dirigiéndose hacia el asombrado y cada vez más asustado príncipe, seguido por la soberana que gritaba sin parar instando a su vástago a huir. Pero Enrique estaba como petrificado, superado por una situación que no comprendía, mientras observaba a un hombre que conocía desde hacía años, el sirviente François, acercándose a él con una expresión extraña, con una sonrisa lobuna dibujada en su rostro.

Juana sentía que el corazón le iba a explotar. Primero había tenido que salir huyendo de su propia habitación en mitad de la noche para escapar de un hombre que le quería acuchillar y ahora perseguía a su frustrado asesino para impedir que alcanzara a la persona que más quería en el mundo, al joven en el que tenía depositadas tantas esperanzas, tantos anhelos.

(...)