Raimundo Fitero
DE REOJO

Esos lugares

Aprecio todos los lugares donde he podido cruzar las calles sin mirar atrás. Hasta los lugares comunes de esta clase política tan amorfa y disparatada forman parte de mi incongruente biografía viajera completada con la geolocalización involuntaria. A todas las aplicaciones que me roban segundos les permito usar mi ubicación. Por eso hace unos días fui feliz, muy feliz, creí en la posibilidad de una nueva revolución al comprobar que Google se había caído, es decir, había fallado en todo el mundo. El pánico empezó a convertirse en llamadas por las líneas terrestres, las de satélite y los gritos por el patio de vecindad. Lo que hace nada era un signo de la evolución en las comunicaciones, hoy define un pasado amortizado y sin valedores. Mientras toman las medidas que debían haber tomado hace diez días, me encantaría pasar alguna vez por dos localidades, por dos lugares de la geografía y del imaginario colectivo que me parece están logrando convertirse en una referencia más allá de su primer uso. Por ejemplo, hay una campaña para declarar a Chernóbil como Patrimonio de la Humanidad. Tras el primer calambrazo que da esta noticia, hay que abrirse a todas las posibilidades para entender que la humanidad debe tener un patrimonio de gozo y otro de sufrimiento. Y si nos ponemos en esa segunda opción, el accidente nuclear sucedido en su central seguramente sirvió para tomar algunas medidas preventivas globales. El otro lugar para aplaudir es una pequeña población malacitana, Parauta, porque desde el Ayuntamiento han tomado una de las decisiones más rotundas de estos tiempos: suprimir las lucecitas navideñas. Y a cambio, dar a cada familia un jamón. No da tiempo a empadronarse en ese lugar que ya considero maravilloso, pero es un acto tangible, sin demagogias: poner luces en cada mesa.