Iñaki Lekuona
Periodista
AZKEN PUNTUA

Disidentes

Cuando en 1940, Francia –como reconoció entonces De Gaulle– fue aplastada por la fuerza mecánica nazi, el heroico mariscal de la Gran Guerra Philippe Pétain, en una genuflexión que quedó para la historia, aceptó de Hitler la disolución de la República, la división de su territorio, la ocupación alemana de su costado atlántico y la creación en su mitad mediterránea de un gobierno colaboracionista con capital en la balnearia Vichy y con el nombre de Estado francés. La vergüenza histórica por aquello es tan grande, que hoy día esa denominación institucional provoca reacciones entre aquellos que estiman que la quinta República es la quintaesencia de la democracia. Así que cuando la diputada de extrema derecha propuso en su enmienda al proyecto de ley contra el ‘‘separatismo’’ que se incluyera el nombre de ‘‘Estado francés’’ en lugar de ‘‘República’’, los representantes del resto del arco parlamentario respondieron con arcadas. Como si el problema residiera en el nombre. Como si lo fundamental en política no fuera el fondo. Como si ese proyecto de ley, así como el llamado de ‘‘seguridad global’’, no fueran de por sí prueba de un fracaso democrático. Francia está siendo aplastada, pero no por la fuerza mecánica nazi sino por el propio sistema político de la sacrosanta República de De Gaulle, incapaz de reconocer como derrota un fracaso que intenta disfrazar legislando contra la disidencia.