Mirari ISASI
BILBO
Entrevue
REINALDO ITURRIZA
EXMINISTRO, SOCIÓLOGO, ESCRITOR Y MILITANTE VENEZOLANO

«El reto es cómo superar un modelo agotado por la vía democrática y revolucionaria»

Reinaldo Iturriza (Puerto Ordaz, 1973) es sociólogo, escritor y militante popular. Además de haber ejercido como profesor en las universidades Bolivariana y Central de Venezuela, fue asesor de la Vicepresidencia (2010/2013) y ministro de Comunas y Movimientos Sociales (2013/2014) y de Cultura (2014/2016). En esta entrevista aporta algunas claves para entender la desconfianza y desafiliación política de amplios sectores de la sociedad.

Autor de varios libros, entre ellos “El chavismo salvaje” (2016), Reinaldo Iturriza asegura que Venezuela atraviesa uno de los momentos más difíciles de su historia, una crisis económica y política, a la que se ha sumado la sanitaria, de la que no duda que logrará salir tomando como referencia, y «corrigiendo los errores que haya que corregir», los avances durante la «década ganada».

2021 ha arrancado con una nueva Asamblea Nacional y todos los poderes del Estado en manos chavistas. ¿Qué retos se plantean? ¿Cuál es su balance de la anterior?

El resultado de las elecciones de diciembre significó la derrota de los que muy probablemente sean los diputados y diputadas más radicalmente antinacionales de nuestra historia republicana, que actuaron como un tropel desordenado, ansioso de revancha y deseoso de desmontar las conquistas sociales alcanzadas en la revolución bolivariana y optaron por convertir al Legislativo en el menos independiente de los poderes, aspirando a procónsules del soberano imperial estadounidense. Es pública su participación en actos de violencia, tentativas de golpe de Estado, actos terroristas, culminando con la insólita autoproclamación como ‘presidente interino’ del diputado Guaidó y la amenaza expresa de una agresión armada extranjera. Además de las nefastas consecuencias de sus exitosas gestiones para profundizar el cerco económico contra el país.

El principal reto ahora es convertir esta victoria del chavismo en una victoria para las mayorías populares.

La Asamblea Nacional era la única baza de Juan Guaidó para lograr un apoyo internacional que se ha ido diluyendo. ¿Qué futuro le espera?

Una precisión muy importante: en su mejor momento, el ‘Gobierno interino’ recibió el reconocimiento de apenas una cuarta parte de los Gobiernos. Esta medida de máxima presión política y diplomática internacional, dirigida por EEUU, con el firme apoyo de la UE, vino a sumarse a la brutal agresión económica que se inicia en 2015, durante la Administración Obama; se acentúa en 2017, ya durante la Administración Trump y se profundiza más a partir de la autopro- clamación de Guaidó. El objetivo era asfixiar económicamente al país para forzar el quiebre popular; es decir, crear las condiciones para que la población se levantara contra el Gobierno, y/o el quiebre institucional: fracturar la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y deponer al Gobierno por la vía del golpe de Estado. A partir de la autoproclamación de Guaidó se redobla la apuesta y comienza a hablarse de ‘intervención humanitaria’. Un hito decisivo es la tentativa de incursión militar extranjera del 23 de febrero de 2019, con el pretexto de traer «ayuda» a través de la frontera con Colombia y por Brasil, que fracasa.

¿Qué futuro le espera? En un país democrático, ninguno.

¿Qué lectura hace del alto índice de abstención en las últimas elecciones? ¿A qué responde? ¿Hastío, indiferencia, desgaste del chavismo, agotamiento por la larga crisis y el bloqueo?

Sí, todas esas circunstancias inciden y pueden sumarse otras: el hecho de que los principales partidos de oposición optaran por la abstención, intentando deslegitimar los comicios; la pandemia, aunque en líneas generales el Gobierno ha logrado mantener la situación sanitaria bajo control, y el bloqueo económico, que afecta a la movilidad.

Analizando el voto chavista, hay una línea que va desde cierto hastío por la política, que se manifiesta ya en las parlamentarias de 2010, cuando el chavismo logra la mayoría, pero no alcanza la meta de la mayoría calificada; pasa por la desafiliación política, que se expresa en las parlamentarias de 2015 e incide directamente en la victoria del antichavismo, y llega hasta las recientes elecciones, cuando una parte de la población se abstiene de participar por pura y simple indiferencia. Una participación del 30,5% en una sociedad altamente politizada es un porcentaje muy bajo. Es un fuerte llamado de atención a su clase política.

Usted ha mencionado en alguna ocasión el rechazo de la ciudadanía al clientelismo y asistencialismo del PSUV.

La fragua del chavismo como sujeto político se realiza alrededor, entre otras, de la idea fuerza de democracia participativa y protagónica, lo que supone una dura crítica a los viejos vicios de los partidos tradicionales, entre ellos, el clientelismo y el asistencialismo. Concebir a la gente como ‘cliente’ o como objeto de asistencia, en tanto que implica desconocer la potencia del sujeto chavista, siempre suscitará el más firme rechazo popular.

El PSUV y sus aliados no han sabido atraer a la ciudadanía. ¿Ha habido autocrítica? ¿Cómo se pueden volver a conquistar esas bases?

En líneas generales, el liderazgo político chavista, y salvo excepciones, es bastante poco autocrítico al respecto. Se están enfrentando dos proyectos históricos y antagónicos de país, y en tanto que el proyecto del antichavismo es indiscutiblemente antinacional y antipopular, como todo proyecto de elites, habrá margen de maniobra para reagrupar fuerzas.

La fracasada estrategia de Guaidó le ha hecho perder apoyos y ha llevado a la ruptura de la oposición antichavista. ¿Hay posibilidades de un diálogo que facilite una salida a la crisis que vive Venezuela?

Sí. No solo el diálogo político es posible, sino que es lo deseable por las mayorías populares. La población anhela alguna especie de tregua, un mínimo entendimiento, pero tampoco está de acuerdo con un nuevo pacto de elites. Como decimos en Venezuela: paz, sí, pero con justicia e igualdad, no la paz de los sepulcros, no la paz para que las mayorías vuelvan a ser invisibles y marginadas.

También ha habido división en el chavismo. Aliados tradicionales del PSUV acusan al Gobierno de pactar con la burguesía, aplicar políticas neoliberales y olvidarse del legado de Hugo Chávez. ¿Es una ruptura insalvable?

Se ha deslindado el Partido Comunista de Venezuela y parte de la militancia de otros partidos que integraban el Gran Polo Patriótico, lo que ha dado lugar a la Alternativa Popular Revolucionaria, que da sus primeros pasos y actualmente tiene poco peso electoral.

Desde el Gobierno se insiste en que no existe tal viraje hacia el neoliberalismo y en que la política económica es resultado inevitable de unas condiciones económicas particularmente adversas, que obligan a proceder con mucho pragmatismo. Pero hay razones para pensar que, más allá del necesario pragmatismo, algunas líneas de fuerza con mucha influencia en el Gobierno están convencidas de que las mayorías empobrecidas no pueden ser el centro de gravedad de la política.

Se ha denunciado que tierras y empresas recuperadas por el Estado han sido devueltas a sus antiguos dueños y se ha procedido a la deliberada desinversión en algunas unidades de producción, para luego establecer las ‘alianzas estratégicas’, término que, en muchos casos, es un eufemismo que encubre la privatización. La política de defensa de los trabajadores se ha debilitado, se han producido despidos arbitrarios, trabajadores han sido judicializados...

Las decisiones sobre asuntos fundamentales suelen tomarse con mucha opacidad, no solo sin informar sino sin explicar de manera didáctica por qué se toman esas decisiones. Percibo una profunda y muy preocupante desconfianza en la gente.

Lo realmente preocupante es que termine de darse una ruptura entre la clase política chavista y las mayorías populares.

¿Está en juego el capital político del chavismo? ¿Se reconocen las nuevas generaciones en el actual liderazgo, en el Gobierno y en el PSUV? ¿Cómo recuperar ese apoyo?

Sí, por supuesto. Más allá de lo generacional, hablamos de que mucha gente que alguna vez se reconoció como chavista, hoy se siente en una suerte de no-lugar de la política, no quiere saber nada de los políticos. Lo paradójico es que se trata de gente muy politizada.

A los más jóvenes, que no vivieron o eran muy pequeños durante la ‘década ganada’, les resulta más difícil identificarse con un proceso que hoy exhibe su cara menos amable.

El liderazgo político tiene el desafío de recuperar la confianza de la población en general, y de las nuevas generaciones en particular, y pienso que eso se logra, entre otras cosas, dando ejemplo. El liderazgo tiene que ser capaz de transmitir confianza en el futuro, de orientar hacia dónde vamos.

¿Han conseguido el bloqueo y las sanciones su objetivo? ¿Han puesto en cuestión la continuidad del chavismo?

Ha fracasado en su intento de crear las condiciones para un ‘cambio de régimen’, pero ha provocado un enorme perjuicio en la población. Esto que estamos padeciendo es capitalismo del desastre, pero de manual. Con Chávez se dieron los primeros pasos para construir el socialismo bolivariano y Maduro intentó seguir el mismo camino durante sus primeros años en el Gobierno. Hoy en día, en Venezuela no solo no hay socialismo, sino que impera el capitalismo salvaje, puro y duro. Si usted todavía tiene alguna duda de que el capitalismo es inviable, no tiene más que venir a Venezuela.

Estoy convencido de que uno de los objetivos era producir un shock político en la población, de manera que más nunca se nos ocurriera optar por la vía democrática socialista. Confío en que lograremos hacer eso: saldremos de esta situación tomando como referencia todo lo que fuimos capaces de hacer durante nuestra década ganada, corrigiendo los errores que haya que corregir. Así acometeremos la reconstrucción nacional. Nada de tabula rasa, que es el sueño de los neoliberales.

Pero no todo será culpa del enemigo externo, Venezuela es un país con recursos y algo se estará haciendo mal.

Sí, por supuesto. Es un craso error atribuir todos los problemas al enemigo externo, llámese imperialismo, guerra económica o bloqueo. Lo ha advertido el propio Maduro. El liderazgo político está en la obligación de asumir su responsabilidad, de la misma forma que el Gobierno está obligado a gobernar con eficacia política y calidad revolucionaria.

¿Qué peso tiene la corrupción en la crisis económica y política y en los problemas de gestión?

Tiene un peso enorme. Creo que el problema principal es el modelo capitalista rentístico, que se estableció en Venezuela a partir de la explotación petrolera, a comienzos del siglo XX, y que según los expertos en la materia ya dio señales inequívocas de agotamiento durante la década de los 70. El chavismo en tanto sujeto y el bolivariano en tanto proyecto pueden ser entendidos como la respuesta que las mayorías populares ofrecen para resolver ese problema fundamental, estructural, de la sociedad venezolana. Es allí donde está el quid de la cuestión.

Sin menospreciar el peso que pueda tener la corrupción en todo esto, no se puede negar que corremos el riesgo de vernos envueltos en discusiones interminables salpicadas de moralina, situación que nos puede desviar de lo que considero central: cómo superar un modelo agotado, y cómo hacerlo por la vía democrática y revolucionaria.

Donald Trump se despidió con más sanciones. ¿Espera algún cambio con Joe Biden?

Falta saber si Biden actuará, aunque sea parcialmente, de manera diferente. No abrigo ninguna esperanza. Biden podrá marcar cierta distancia de Guaidó y su entorno, podrá dejar de exigir la renuncia de Maduro… Pero el objetivo del Gobierno estadounidense sigue siendo el mismo: retomar el control total de la nación venezolana, de nuestras riquezas. Además, no solo es harto conocida la vocación injerencista e incluso guerrerista de las administraciones demócratas, sino que, no hay que olvidarlo, las primeras ‘sanciones’ fueron impuestas por Obama, con Biden como vicepresidente.