Un mal nacionalismo
Quizá el problema del nacionalismo español no es solo lo que sobra sino lo que falta: un patriotismo democrático, enraizado en los valores del humanismo y con vocación de progreso, una opción sin la que emerge una y otra vez el fascismo y que España se niega a sí misma para poder decirnos a los demás frases tan incompatibles con la historia humana como que «todo nacionalismo es malo». Me gustaría saber quién inventó lo de «ciudadanos del mundo» para poder decir, por una vez, «qué pone en tu DNI» y explicarle que no podemos ser ciudadanos si somos súbditos de la Corona de España.
No todos los nacionalismos son malos. No somos malos si somos nacionalistas. No es malo todo nacionalismo y ningún nacionalismo es malo mientras no sea un nacionalismo malo, es decir, lesivo para sí mismo o para otras naciones. Si los españoles son sugestionables a esa idea, si sienten el nacionalismo catalán o vasco como una agresión que pretende amputarles un miembro es, entre otras cosas, porque esa es la forma de nacionalismo que más ha practicado el estado al que pertenecen.
En su momento de mayor expansión, los Felipes anteriores a este VI gobernaron el mayor imperio territorial sobre la faz de la tierra y quizá por eso le resulta tan natural a España pensar que todo nacionalismo es dominante y supremacista por naturaleza, expansivo por definición, inevitablemente agresivo y orientado a la destrucción de todo lo que no se pueda asimilar, que en España acaba siendo más o menos todo; porque un día son los moros con su dios moro los que tienen que ir desalojando, y otro día, los judíos con sus cosas judías, y al siguiente los masones, con sus masonerías, o los catalanes, que hablan en catalán cuando en español nos entendemos todos. Y no solo los catalanes. Porque también están los rojos, que odian a España, y luego los vascos, que son todos de ETA y los andaluces, que esos son unos vagos y así sucesivamente hasta llegar a donde se llega siempre, irremediablemente: al suelo, quieto todo el mundo y se sienten, coño.