Alberto PRADILLA
ELECCIONES EN MÉXICO

Todos ganan en México

Morena, el partido del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, gana poder territorial y mantiene la mayoría en la Cámara, aunque necesita negociar para cambios en la Constitución. Golpe al oficialismo en la Ciudad de México, histórico bastión de la izquierda.

El presidente Andrés Manuel López Obrador presentó las elecciones celebradas el pasado día 6 como una especie de referéndum sobre sus dos años y medio de mandato. Los resultados le han dado el triunfo, pero no tan holgado como esperaba. Ha ganado poder territorial ya que se impuso en 11 de 15 gobernaciones en juego, mantiene una mayoría ajustada en la Cámara, pero ha sufrido un golpe en la Ciudad de México, su bastión histórico, y en otros grandes municipios como Guadalajara. La oposición, en fuera de juego desde la irrupción del tsunami Morena, se presentó unida bajo la coalición Va por México con el único pegamento de ir todos contra el oficialismo. Su única victoria relevante es haber logrado que sus rivales no tengan la mayoría cualificada que les permitiría abordar cambios constitucionales sin tener que negociar. En definitiva, las elecciones suponen una victoria por puntos del proyecto de López Obrador, pero lanzan una advertencia: hay sectores desencantados y la adhesión al proyecto denominado «Cuarta Transformación» no es tan absoluta como sus partidarios creían.

La cita con las urnas llegaba en un contexto de polarización entre López Obrador, que busca constantemente el cuerpo a cuerpo, y una oposición empeñada en darle la razón y regalarle el marco de debate.

Desde el inicio de su mandato, el presidente ha establecido dos espacios: el suyo, el de la transformación social, y el otro, el del antiguo régimen, formado por viejos partidos corruptos que llevaron a México al desastre. Uniéndose en una coalición, PRI, PAN y PRD formaban ellos solos la alianza PRIANRD que tantas veces carticaturizaron sus rivales. Los primeros dos años y medio de gobierno de Morena han tenido sus luces y sus sombras. Pero cuenta con la ventaja de que enfrente están quienes gobernaron el país durante más de 70 años y lo convirtieron en la «dictadura perfecta» y los que declararon la «guerra al narcotráfico» iniciando una espiral de violencia que ha provocado más de 300.000 muertos y 87.000 desaparecidos en 15 años.

Con este balance, parece lógico que López Obrador quiera confrontar en «o conmigo o contra mí». Porque, al menos hasta el momento, la alternativa es una vuelta a un pasado aterrador. Las conferencias matutinas son uno de los símbolos de la polarización que marca el ambiente político. El mandatario las utiliza para marcar la agenda, señalar enemigos y fustigar a quien le contradice, a veces con motivo y en otras de forma totalmente arbitraria. Enfrente tiene una oposición que depende mucho de sectores mediáticos y que a veces cae en la caricatura. Que Reforma, uno de los principales medios del país, entrevistase a tres días de elecciones al venezolano Juan Guaidó, es un ejemplo.

A nivel municipal las elecciones se movieron en el mismo terreno del caciquismo y la violencia. Casi un centenar de candidatos y cargos públicos fueron asesinados y es incontable el número de los que tendrán que ejercer su labor condicionados por el narcotráfico.

De cara a la política nacional lo más relevante eran las gobernaturas y la Cámara de Representantes. En el primer ámbito Morena amplía su poder territorial, lo que le permite seguir afianzando el proyecto. En el segundo, los resultados fueron más modestos. Morena, con 197 escaños de 500, pierde la mayoría simple de la que gozaba hasta ahora pero que mantendrá con el apoyo del PT y el Partido Verde Ecologista, una formación bisagra que vende sus votos al mejor postor desde hace dos décadas. La clave está en que con estos resultados no puede promover reformas constitucionales, que son las que necesita para transformaciones pendientes como la del sector energético. En los últimos dos años los aliados de López Obrador tampoco llegaban a los dos tercios y tuvieron que negociar para cambiar la Carta Magna. Pero conforme avanza el tiempo y se acercan las próximas presidenciales, sus futuros rivales tienen menos alicientes para pactar.

El golpe en la Ciudad de México, donde la oposición se lleva 9 de 16 alcaldías, es una advertencia para el gobierno. López Obrador gobernó en la capital entre 2000 y 2006 y la izquierda siempre ha estado en el poder desde entonces. El presidente, sin embargo, no parece que haya tomado nota y en sus conferencias ha atacado a la clase media, convertida en chivo expiatorio de por qué le fue tan mal. Hay una ruptura con un sector progresista de la ciudad, que rechaza cuestiones como el creciente militarismo o el desdén por el feminismo en un país en el que diez mujeres son asesinadas cada día. Sin embargo, ese no es el caladero de votos que busca Amlo, que tiene sus mayores apoyos en las clases populares a las que beneficia con programas sociales inexistentes hasta su llegada al gobierno.

Las elecciones abren un nuevo ciclo político marcado por una especie de bipartidismo entre los partidarios de López Obrador y la oposición, cada vez más convertida en un único bloque sin más propuesta que hacer la contra al gobierno. Un contexto favorable para que el proyecto del mandatario se desarrolle sin muchas resistencias.