Albert NAYA MERCADAL
Estambul

EL ACTIVISMO MEDIOAMBIENTAL TURCO SE CUADRA ANTE ERDOGAN

El presidente turco colocó ayer la primera piedra del polémico canal de Estambul, una vía marítima alternativa al Bósforo, pese a la oposición de gran parte de la población turca ante una obra faraónica que representa solamente la punta del iceberg: múltiples construcciones por todo el país ponen en jaque los recursos naturales de los turcos.

Piensa en Dubai o Qatar. Piensa en Doha, piensa en los yates, torres, puertos deportivos. Si se construye el Canal Istanbul, será el centro financiero de Turquía, será igual que Doha. Los ciudadanos que se dedican a la cría de animales, a la agricultura, y tienen una pequeña parcela de tierra no quieren este proyecto porque todo quedará eliminado por el Canal de Estambul», afirma a GARA un eufórico Oktay Teke, agente inmobiliario que se dedica a la venta de esas tierras y que, además, es muhtar (líder de barrio) de una de las zonas por donde pasará el canal.

Pero Sencar Ünlü, agricultor, no tiene dudas de que en el mismo instante en que se ponga la primera piedra que representa el pistoletazo de salida a la megaconstrucción, su vida –tal y como la ha conocido hasta el momento– finalizará: «Estoy muy triste porque este es un lugar al que estamos acostumbrados, no podemos prescindir de los animales y la agricultura. Esta es nuestra vida. Así como un animal necesita la naturaleza para sobrevivir, nosotros también. No podemos sobrevivir sin este trabajo. No podemos vivir en apartamentos de lujo, no nos traerán nada más que daño. A pesar de todo, lo harán».

A pocos metros de su granja, cerca de la localidad de Dursunkoy, un grupo de jubilados toma té en una plaza. Ninguno de ellos quiere ver el sitio donde siempre han vivido convertido en lo que pretende –según los agentes inmobiliarios– parecerse a Doha: Mahsuni, uno de ellos, no se lo quiere llegar a imaginar. «¿A dónde iremos? Nos darán muy poco dinero como compensación y nos echarán desde aquí. No podemos hacer nada con ese dinero. ¿Por qué deberíamos dar lo que es nuestro? El Canal Estambul no es un buen proyecto para nosotros, para Estambul o para nuestro país», afirma.

Las acciones para detener lo que parece la crónica de una muerte anunciada tampoco han cesado. Varios autobuses con decenas de activistas salen de toda la ciudad de Estambul para dirigirse hacia los juzgados y hacer entrega de unas firmas. «O el canal o Estambul» es el lema que los reúne: «Es un plan de demolición. La gente que vive por donde pasará el canal será expulsada. El canal es destrucción para los humanos, para el bosque y para la naturaleza», aseguran. Y este proyecto, que el propio presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, calificó de «locura», es sólo un atisbo de lo que el máximo mandatario prepara para la Turquía que él quiere: plantas de energía, extracción de minerales o infraestructuras para el transporte conforman una larga lista de proyectos que los expertos aseguran tendrá un alto coste medioambiental.

Del mar Negro al mar de Mármara hay 30 kilómetros, una autopista marítima llamada Bósforo por donde pasan más de 40,000 barcos al año. Alegando que hay que protegerlo, Erdogan decidió construir una alternativa que se llamará Canal de Estambul y tendrá una longitud de 45 kilómetros y una profundidad de 21 metros. Gracias al megaproyecto evitarían –según el máximo mandatario– accidentes como el del canal de Suez, recientemente.

Aun así los expertos avisan de que es más probable un accidente en el nuevo canal, que pretende tener cerca de 360 metros de anchura, que en el Bósforo, donde hay 750 metros en su paso más estrecho.

Por otro lado, los peligros de un desastre medioambiental una vez construido son múltiples. Según los expertos, el nuevo paso provocará problemas de salinidad –ya que el mar Negro es más salado que el mar de Mármara– o acabará con las reservas de agua dulce en una ciudad de 16 millones de habitantes por culpa de un proyecto que aprovecha los lagos para salir al paso.

En cuanto a la reacción de las entidades bancarias que deberían financiar el proyecto, habla por sí sola: ningún banco turco quiere poner ni un céntimo –según informó la agencia Reuters– para pagar una factura que podría llegar a los 20.000 millones de dólares. Y con una Turquía cerca de la ruina económica, el «loco» proyecto de Erdogan ya ha sido visto con buenos ojos por China.

Las relaciones entre Ankara y Pekín son cada vez más fluidas, lo que puede decantar la balanza hacia una financiación del canal por parte del Gobierno de Xi Jinping. La visita el pasado mes de marzo del canciller chino, Wang Yi, a Ankara incluyó una lista de temas candentes en las relaciones –cada vez más fructíferas– entre Turquía y China. Pero, según el canal de televisión turco TGRT, de propiedad estatal, la prioridad fue la financiación del Kanal Istambul. Los detalles sobre el contenido de las conversaciones que mantuvieron sigue siendo incierto.

Por otra parte, la relación turco-china es cada vez más fluida: los acuerdos bilaterales en materia de comercio, las decenas de millones de vacunas de la firma china Sinovac o la nueva ruta de la seda impulsan la amistad entre ambos países.

En el horizonte, los uigures exiliados en Turquía no ven con buenos ojos unas relaciones que temen que desemboquen en su deportación masiva a petición de Pekín.

El ministro turco de Transporte e Infraestructuras, Adil Karaismailoğlu, resaltó que «muchos países, incluidos los Países Bajos, Bélgica, China y Rusia, están interesados. Pero haremos este trabajo con contratistas domésticos».

El canal de Estambul, que empieza a ver la luz, es solamente la punta del iceberg. Los proyectos de construcción se extienden por todo el país y la metodología para llevarlos a cabo enerva a una parte importante de la población turca, los menos beneficiados.

Negocios opacos

La planta nuclear de Mersin, al sur del país, ha sido un foco de discusión durante años, pero la llegada de Erdogan al poder silenció el debate. «Este caso resume muy bien el carácter de Erdogan: no te importan las demandas de la gente, no te importa la aceptación social y no te importa el coste medioambiental. Lo que tienes es, básicamente, una región que se da como regalo a Rusia a cambio de algo», explica Ethemcan Turhan, profesor en la universidad de Groningen, a GARA.

Para él, los negocios opacos del AKP, el partido de Erdogan, son la base del problema: «Erdogan y los miembros de su partido quieren hacer funcionar Turquía como una empresa». Y en este caso, la planta de energía había sido el dolor de cabeza de varios Gobiernos turcos desde los años 70: nadie la había podido llevar a cabo, ya fuera por la inexistente aceptación social o por falta de financiación.

Pero más tarde encontraron en el Kremlin el gran aliado: «Vinieron con sus propias condiciones. Firmar este acuerdo bilateral es firmar un cheque en blanco y regalar a Rusia un pedazo de tierra», explica Turhan. Un pedazo de tierra para Moscú al sur de un país que forma parte de la OTAN y que es uno de los aliados militares más importantes para Occidente. Pero los negocios, según advierte el académico medioambiental, también se cuecen en un pequeño círculo.

Adjudicaciones

Más al norte, en la región de Rize, los habitantes pasarán de oír el canto de los pájaros al ruido de las excavadoras. Y la población, obviamente, se opone. Decenas de personas duermen cada noche en el bosque para impedir que más operarios de la empresa Cengiz Insaat continúen con los trabajos para abrir en una zona rural una cantera que más adelante servirá para construir un puerto en el mar Negro.

La empresa, contratada por el Ministerio de Transportes y Infraestructuras, figura en el Top 5 de las compañías que han ganado más adjudicaciones públicas en todo el mundo y a su presidente, Mehmet Cengiz, se le sitúa dentro del círculo del propio Recep Tayyip Erdogan.

Los habitantes de esta remota zona, que recibe el nombre de Ikizdere, tienen todas las de perder, pero utilizan todo aquello que tienen a su alcance para impedir el paso de los operarios: mujeres «armadas» con bastones, troncos y nidos de abeja contra policías antidisturbios pertrechados con porras y gases lacrimógeno. El abogado de los afectados, Yakup Okumuşoğlu, sabe que esta batalla está perdida, pero tiene la esperanza de ganar la guerra medioambiental: «No importa que esta lucha la ganemos o perdamos en los tribunales. Lo importante es la lucha de la gente de aquí y la conciencia creciente en la sociedad. Es imposible que perdamos si seguimos con la idea de proteger el medio ambiente», explica a GARA.

Y a toda costa, los habitantes de la pequeña Ikizdere salen cada día a proteger el bosque, en su mayoría mujeres que superan los sesenta años de edad.

«No dejaremos que vándalos disfrazados de ecologistas eviten nuestros proyectos beneficiosos para Turquía y 83 millones de personas», afirmó Erdogan cuando las protestas contra la construcción de un centro comercial en el parque de Gezi incendiaban el país entero.

Ahora muchos coinciden en que todos estos proyectos tienen muchos beneficiarios excepto los propios ciudadanos turcos. «¿Para quién son estos proyectos?», se pregunta el profesor Turhan.