Matar al grito de maricón no es homofobia
Lo leí hace años en el magma de la red. No sé quién lo dijo, era una activista gay marroquí respondiendo, iluminado e iracundo, a la escandalera que se había montado por la homofobia al sur del Estrecho. Recuerdo sus palabras: «españoles hipócritas, pretendéis darnos lecciones de democracia cuando tenéis todavía a vuestros abuelos en las cunetas». Incluso a los abuelos maricones, abuelos poéticos. Deseo tantísimo que encuentren a Federico García Lorca, quizás porque me aguijoneó con sus coplas siendo yo tan niña. Violeta Parra le canta, hondamente… «No pueden hallar consuelo, las almas con tal hazaña. Qué luto para la España, qué vergüenza en el planeta, haber matado a un poeta nacido de sus entrañas». Como bien sabemos, porque así presumió de ello uno de sus falangistas asesinos, lo último que escuchó Lorca fue ¡maricón! Como lo último que escuchó esa preciosidad de chaval llamado Samuel, mientras lo asesinaban sus democráticos asesinos, 85 años después, sabemos que fue ¡maricón! Pero sin homofobia, que quede claro.
Y no, no hacía falta iluminar con un arcoíris el Estadio de Múnich en el partido Alemania-Hungría, por mucho que Orban esté arrastrando a su país hacia la deriva homófoba. Así la UEFA se reiteró en su machista neutralidad. Ya nos lo explicaron los “Molotov” aquel tórrido verano del 98: alentar al asesinato de gais no es homofobia, es una broma entre colegas; heterazos, se entiende. Y «matarile al maricón» en México no significaba lo mismo que aquí, allí es algo como «haz la revolución», ¡no te jode! Al fin y al cabo, en la entrada en ese campo de exterminio supremacista llamado Auschwitz escribieron «el trabajo os hará libres»… Qué chistosos, los nazis.
No solo hay que ser un hombre, hay que parecerlo. Sobre todo no hay que mostrarse como un hombre que se ríe de las señas del patriarcado. Ni hay que ser una mujer que se separa del macho, ni hay que ser hoy la hermana de una mujer que se separa del macho… Dolor.