Se ha podido constatar que al menos cuarenta subsaharianos se ahogaron ayer intentando alcanzar las Canarias. En 2017, un diario alemán publicó la lista documentada por la ONG United de las 33.293 personas ahogadas en el Mediterráneo desde 1993. Sabemos que las muertes han aumentado de manera exponencial en los últimos años. Centenares de niños condenados a ser alimento de peces, como aquel kurdosirio de suéter rojo y pantalón azul marino, macabra ironía, llamado Aylan Kurdi que un día abrió los noticiarios y copó las portadas y poco después fue olvido. Tantos muertos. Muchos más que en el muro de Berlín que, dicen, fueron 140 entre 1961 y 1989 y eso que huían del terrible socialismo.

Los subsaharianos tienen la manía de alejarse de la sequía, las bombas y el hambre. Los magrebís quieren fortalecer, aún más, las históricas relaciones fraternales entre Borbones y Alauitas. Sirios, kurdos, libios e iraquíes no acaban de conformarse con la democracia que las potencias occidentales del Mundo Libre les llevamos a través de la OTAN. Quizás falte un poquito de pedagogía. No nos habremos explicado bien y la ignorancia de lo bien que les quedó el país después de la intervención de los marines los lleva a morir en el Mare Nostrum. Y encima quieren venir a Europa en plena pandemia sin estar vacunados con lo peligroso que es. Los de las doce tribus de Jehová están bombardeando Líbano sin dejar de matar a palestinos empecinados en defender sus tierras. Del Muro de las Lamentaciones de unos sesenta metros, donde los de los tirabuzones se daban cabezazos, han pasado al llamado Muro de Cisjordania de 721 kilómetros dedicado al aislamiento de los palestinos y sus lamentos.

El telediario habla de medallas españolas en Tokio, de Lionel Messi, del veraneo de las infantas, de la conveniencia del carnet covid-19 y de si matar a golpes entre veinte individuos a una persona indefensa constituye delito de odio o no. Vaya mierda de mundo nos está quedando. Lástima una peste bubónica que salvara el planeta.

¡Ah! sí. Felices vacaciones.