EDITORIALA
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El sexismo institucionalizado debe abrir las puertas del asilo

El rigorismo religioso y sus programas políticos incluyen por definición una visión misógina y una propuesta sexista para la organización de la vida social, económica y cultural de un país. En diferentes grados, esa discriminación sobre las mujeres existe en todas las instituciones religiosas y en sus diversas ramas. Los talibanes son una expresión extrema de esta realidad.

Su fulgurante victoria en Afganistán, la construcción de un sistema político bajo ese rigorismo teocrático, es un hecho nefasto para las mujeres afganas. También para las minorías, la juventud y quienes se salen de la estricta norma que marcan las autoridades religiosas. Los tímidos avances en derechos y libertades corren peligro. Es cierto que en sus primeras declaraciones los talibanes han prometido que ese recorte de derechos no será tan salvaje como lo fue en su anterior etapa en el poder. No es creíble, pero parecen conscientes de que ciertos gestos en este terreno les pueden dar legitimidad de cara a la comunidad internacional.

El consorcio global de intereses no asume la discriminación y la violencia contra las mujeres como una línea roja. El diferente trato a Arabia Saudí y a Irán no tiene que ver con el sexismo. La misoginia institucionalizada penaliza algo, pero no descalifica a esos regímenes.

En este sentido, las palabras de Josep Borrell, Alto Representante de Política Exterior de la Unión Europea, no dejan lugar a dudas: «Los talibanes han ganado la guerra, así que tendremos que hablar con ellos (…) para evitar un potencial desastre migratorio, pero también una crisis humanitaria». Quizás sea así, aunque conociendo la trayectoria de Borrell suene tan hipócrita. También ironizó con el cambio dado en los talibanes y dijo que «parecen lo mismo, pero hablan mejor inglés». Este frívolo señor ocupa el cargo diplomático más alto de la UE.

La tentación de llamar a lo malo «terrorismo»

El patriarcado es un sistema, y como tal afecta a todas las sociedades. Se manifiesta de diferentes maneras en diferentes lugares. Hay grados que no conviene menospreciar, sobre todo para ser eficaces es su derribo. Conviene establecer los lazos que unen estos fenómenos, con rigor en su identificación y estrategias claras.

La semana pasada un joven mataba en Plymouth a seis personas, entre ellas a un niño. La noticia perdió relevancia al declarar la Policía que no estaba relacionada con «actividades terroristas». Jake Davison, de 22 años, era un «incel» –célibes involuntarios–, un misógino extremista que primero mató a su madre, luego a otras cuatro personas y terminó por suicidarse.

A raíz de este ataque, la copresidenta de la Junta para la Violencia contra Mujeres y Niñas de Londres, Joan Smith, repasaba en “The Guardian” una serie de ataques de ese origen y demandaba que la misoginia se defina como ideología para poder catalogar sus actos como «terrorismo». Es un atajo peligroso y, seguramente, poco eficaz. Como se ha visto, con los «terroristas» se negocia siempre que ganen o sean aliados. Además, el punitivismo reproduce el sistema y choca con la perspectiva emancipadora que sostiene el feminismo.

Presión para cambiar las políticas de asilo

En este momento, las mujeres afganas necesitan apoyo y refugio. Según Acnur, a principios de 2021, la mitad de la población de Afganistán requería asistencia humanitaria. Eran cuatro millones de mujeres y casi diez millones de menores. Antes de la victoria talibán, más de la mitad de los niños y niñas de menos de cinco años padecían desnutrición. Desde mayo hay un cuarto de millón de desplazados internos, y el 80% son mujeres.

Las condiciones para que una persona que huye por razones políticas adquiera el rango de refugiado en Europa se han ido endureciendo. El muro más alto son los Estados considerados «países de origen seguros», que directamente descalifican a los demandantes. Desde 2016 se supone que la UE incluye una perspectiva de género, pero diversas organizaciones denuncian que muchas mujeres no logran superar los obstáculos y las personas LGTBI+ siguen siendo discriminadas. De nuevo, topamos con los aliados, o incluso con países miembro con serias derivas autoritarias, retrógradas y sexistas.

El cuidado es un valor feminista y dar refugio, un principio internacionalista. Es importante traducirlos en políticas públicas. La misoginia y la homofobia institucionalizadas en los países de origen deberían ser condición suficiente para conceder el asilo.