Pena
En esta precampaña estamos asistiendo a una alarmante chovinización del discurso político. El patrioterismo francés adornando con su bleu-blanc-rouge el espacio simbólico desde el imperio napoleónico, pero ahora, con las presidenciales en el horizonte de una crisis que difumina conquistas sociales y principios tan fundamentales como el de la solidaridad, el símbolo decimonónico se convierte en argumento moderno con el que se reduce el sentido de lo colectivo a la reverencia a un Estado representado por un trapo tricolor.
Y en este regreso naftalinado de la grandeur, incluso el régimen pronazi de Vichy se blanquea impunemente en los medios con argumentos tan sorprendentes como el de que en realidad los judíos que el gobierno de la Francia Libre envió a las campos de concentración en colaboración con Berlín eran mayoritariamente ciudadanos no franceses. Lo terrible no es que sea falso; lo terrible es que se piense que el mariscal Pétain era un patriota que entregó casi exclusivamente a extranjeros. Lo de que lo hizo para que fueran ejecutados en las cámaras de gas es accesorio. Y mientras, Macron homenajeando a un nonagenario Robert Badinter que, en octubre de 1981, en contra de la opinión pública y con el apoyo de Mitterrand, logró abolir la pena de muerte de las leyes de la República. 40 años después, su defensa de los Derechos Humanos casi ha muerto de pena.