La pandemia ha aumentado un 50% el número de jóvenes hospitalizados en unidades siquiátricas de Osakidetza. La pandemia ha afectado a la salud mental de dos de cada tres enfermeras navarras. La pandemia ha llevado al máximo histórico el número de suicidios en el Estado español. Son solo tres titulares de estas últimas semanas que no van a sorprender a nadie a estas alturas. Los efectos sicosociales de esta crisis sanitaria se están haciendo más evidentes con el paso del tiempo tras haber permanecido en segundo plano en las primeras olas. A estas alturas claramente hay cosas para las que ya es tarde, pero hay otras para las que aún es pronto. Nadie entendería que después de esta pandemia la salud mental siga sin tener la atención pública y la importancia social que ya se exigía antes, o que continúe siendo abordada desde prismas individuales o principalmente farmacológicos.

La entrevista que hoy publica GARA con el sicólogo Igor Fernández da perspectiva y contenido a este nuevo enfoque necesario. Comunidad es una idea que se repite en sus reflexiones, comunidad como el escenario en que la salud mental debe sanar y crecer.

Comunidad es un término que en lo político enlaza con público: de esta pandemia tiene que salir una red fuerte que garantice los cuidados, conceda la importancia que tiene a todo lo emocional y no deje a nadie desprotegido ni olvidado. Comunidad remite también a lo social; hay que recuperar la colectividad, el tejido de relaciones y de implicaciones mutuas, porque las inercias individualistas, aislacionistas, consumistas o la tecnológico dependientes son caldo de cultivo de muchos de los problemas de salud mental que han estallado con el covid-19 pero eran ya una lacra larvada antes. Y comunidad tiene que ver con calle, un espacio ya debilitado antes de 2020, muy abandonado estos dos años por las necesidades sanitarias y que urge recuperar y revitalizar en cuanto sea posible. La salud mental aflora como problema individual pero su única solución es colectiva, comunitaria, social.