José Félix Azurmendi
GAURKOA

Removiendo cenizas de Gernika

En carta al director del “ABC” e invocando su condición de alcalde de Guernica y diputado provincial entre 1961 y 1967, Augusto Unceta manifestaba en marzo de 1973 que había estado presente en la villa antes y después del bombardeo, y pedía que no se volviera a publicar el disparate de que la quemaron los rojos, como había sucedido recientemente en una crónica del diario. Confesaba que él mismo vio a los cazas alemanes ametrallar a la población; él mismo podía dar fe de que una bomba caída en el Asilo Calzada había provocado 32 muertos. Le preocupaba que esa mentira sirviera para reforzar a los que interesadamente argumentaban que «si esto es mentira, mentira todo lo demás». Disparate le parecía también que se dijera que en Guernica hubo dos, tres o cinco mil víctimas y aseguraba que hubo si acaso «del orden de 200, menos que en Durango y menos que los asesinados en las cárceles y barcos de Bilbao», algo que a su juicio la propaganda política venía silenciando. El disparate al que se refiere había sido tolerado si no alimentado por sus predecesores en el Ayuntamiento, del bando vencedor todos, y casi siempre empresarios con mucho que ganar en la reconstrucción. Obligados a extender certificados para documentar a vecinos que se habían quedado sin bienes ni papeles, se referían al incendio como causa, y jamás al bombardeo: uno de estos alcaldes sigue dando nombre a una calle cercana a la Casa de Juntas. Por miedo, por vergüenza o invocando una paz sin memoria en nombre de una reconciliación nunca concretada, jamás se pidió cuentas a nadie, nunca se removieron cenizas incómodas, reinó durante décadas sobre estas cuestiones un silencio sepulcral.

Se refería también Unceta en su carta al hartazgo por tener que recibir a periodistas extranjeros en busca de un «artículo sensacionalista y preconcebido». Es posible que por esas fechas, ya que no antes, cuando de Gernika no quería acordarse nadie –salvo ese gringo amigo que nos ha dejado hace poco, William Smallwood, y que encontró 129 clandestinos testigos–, y gracias a la resonancia del Proceso de Burgos especialmente, no faltarían los que se interesaran por conocer la historia que sirviera para explicar que en pleno corazón de Europa hubiera surgido una organización que reclamaba el uso de la violencia en favor de la libertad de su pueblo. Y que preguntándose por la invocada represión del pueblo vasco, terminaran interesándose por la masacre de Gernika. No podían sentirse cómodos con esa búsqueda los regidores de la villa que hasta en dos ocasiones habían otorgado al dictador la condición de hijo predilecto y habían exhibido como invitados ilustres en el balcón del Ayuntamiento ministros de chaquetilla blanca y camisa azul. No podían sentirse cómodos los que acababan de consumar la remoción del último testimonio que servía para recordar la devastación: la pared izquierda, el frontis, el rebote, el probadero de bueyes y las gradas de cemento del arruinado frontón en el que jugaban la chavalería y los obreros al salir de las fábricas cercanas; en el que jugaban también pelotaris profesionales los lunes de octubre, sustituido por un frontón cerrado al uso y libre disfrute de los ciudadanos, a pesar de la contribución «popular» con la que se había edificado. En contra de lo que se ha hecho en otras ciudades devastadas, se removieron e hicieron desaparecer las piedras–monumento del viejo frontón y se levantó en su parcela un edificio de viviendas fuera de norma, que para algo habíamos ganado la guerra, que diría Esther Tusquets.

José de Labauria, el último alcalde republicano de Gernika, legó para la historia el testimonio de lo sucedido cuando solo había transcurrido un año del holocausto, y don José Miguel de Barandiaran lo recogió y dató en el hospital del Gobierno Vasco del exilio de La Roseraie–Ilbarritz de Bidarte. Recuerda su informe que Gernika tenía en ese tiempo 6.600 habitantes; que en el día del bombardeo, además de los venidos por ser día de mercado, había un contingente importante de evacuados guipuzcoanos, casi todos nacionalistas, y de miembros de un par de batallones de gudaris y milicianos, no pocos de ellos heridos y enfermos, y atendidos en colegios religiosos habilitados a tal fin. Relata como testigo directo que solo en el refugio situado entre Artekale y Barrenkale murieron los 450 que estaban en él cobijados. Relata también que presenció cómo ametrallaban y daban muerte en el río, junto al puente de Rentería, a los que para protegerse se habían arrojado al agua. Calcula él que debieron ser más de mil los muertos en refugios, en edificios como el de Asilo Calzada, y en los caminos de salida del pueblo por los que huían en desbandada personas y animales, a los que cazaban como si de un deporte se tratara. En Gernika solo se salvaron de la destrucción, recuerda Labauria, las fábricas –de armas, la de la familia Unceta–, la Casa de Juntas y las casonas de notorios monárquicos y carlistas: la aviación estaba bien informada, sabía dónde dejar caer las bombas y dónde pasar de largo.

Solo los provocadores se atreven hoy a sostener que lo de Gernika fue incendio rojo–separatista y no bombardeo, pero son más los que reproducen argumentos para quitar importancia a lo que sucedió, escondiendo las verdaderas razones por las que se la eligió, algo que, para su desdicha, no pasó inadvertido al ojo del artista. Que fueran menos de doscientos o más del mil los muertos no es lo que ha hecho de su devastación un símbolo universal. Y así lo entendió el presidente de Ucrania al evocar la destrucción de la villa como un episodio muy semejante a los que están sufriendo ahora las ciudades de su país. Y viejos y nuevos argumentos revisionistas y negacionistas volvieron a aflorar: que fue sin el conocimiento de Franco, que no fueron tantos los muertos, que en otros lugares fueron más numerosos, que los republicanos también mataban, que los vascos sufrieron menos que otros y el caudillo los trató mejor que a nadie y todavía hoy siguen siendo unos españoles privilegiados. Y lo más grave a decir de los que ven más lejos: que «el bombardeo es utilizado sistemáticamente para absolver a ETA» y que «el simbolismo exclusivamente nacionalista vasco de Guernica acentúa la obliteración de los republicanos de ese término». Y, naturalmente, si esto es mentira, mentira todo lo demás.