Antxon Lafont Mendizabal
Peatón
GAURKOA

Soldados de plomo en un territorio

Antaño, las guerras reflejaban la conclusión de alianzas en favor de la soberanía de un o varios territorios; territorio siendo la suma de suelo más identidad. Ahora, las alianzas buscan paz o guerra, ese cachorro malnacido de la política, según la capacidad militar del adversario, el mismo jefe militar pudiendo ser declarado príncipe de la paz o jefe de guerra. La distinción la operaba el tipo de bombas del enemigo, que determinaban las bases de las políticas de «defensa». Al débil guerra y a la bomba nuclear el merecido Premio Nobel de la Paz. Si circunstancias conspicuas siguen conduciendo a conflictos funestos, felizmente pequeños acontecimientos triviales diarios construyen tiempos de paz.

Los occidentales nunca han conocido una vida tan cualitativamente destacable, intelectualmente anodina y políticamente indeterminable. Los partidos políticos de la derecha sectaria y de la izquierda revolucionaria han perdido su médula romántica de defensa del patriotismo nacional para unos y de protección del proletariado internacional para otros; el ardor apasionado que antaño les conducía a estrategias centrífugas ha cambiado de sentido optando por alternativas centrípetas según intereses anhelantes y desahogados. La extrema derecha, pasando por la derecha (sin más), opta por el centro derecha; la extrema izquierda vía la izquierda (sin más) se inclina hacia el centro izquierda. Ambas se encuentran en el mismo centro, pero rehúsan con vehemencia las interpelaciones que califiquen a unos y a otros de centristas. Ambos se consideran pluralistas y tolerantes aunque poco correspondan a la observación de Ricoeur sobre la democracia: «vivir situaciones consecuentes de división, debate y decisión». La socialdemocracia y su actual primo-hermano, el liberalismo, cumple con su pretendida deontología de equilibrio… ni de ética de convicción, ni de ética de responsabilidad (Weber, ¿de qué ética entonces?).

Para la ex-opción de la extrema derecha, patriotera, los signos exteriores de compromiso eran el pendón, con variantes según las «cruzadas» y el/los himnos de la nación o del partido/nación del momento. La extrema izquierda se atribuía señas específicas conmemorativas de conflictos, locales o internacionales y convocaciones, en fechas señaladas, de manifestaciones populares multitudinarias. Esos ademanes no se dan en el centro, cuyos partidarios tanto de centro derecha como de centro Izquierda se integran en el grupo reivindicativo al final de la manifestación de turno.

Nuevas reacciones políticas modifican conceptos que creíamos invariables. Los nacionalismos, los internacionalismos y los desplazamientos de poblaciones han generado nuevos contenidos en los juicios de IDENTIdad contemplada según la etimología del concepto: percepción y experimentación de manera IDÉNTIca. El objetivo (¿utópico?) es de crear una identidad de síntesis de las identidades de origen sin borrar diferencias. El denominador común consiste en reivindicar mejores condiciones de vida, más o menos menesterosas según los hemisferios. La cualidad de indigencia cubre una amplia escala reveladora de situaciones quebradas.

El pobre-pobre se priva de todo para dar de comer a sus hijas e hijos; el medio-pobre da de comer a sus hijas e hijos, pero no dispone de un chavo para más; el que se considera pobre de clase media se queja de tener que privarse un año más para cambiar de coche; el que se considera pobre de clase media-alta gimotea por tener que privarse un año más sin comprar el segundo coche de la familia. El de clase «alta» no sabe lo que es la pobreza. ¿Y en nuestro planeta? Un necesitado occidental es afortunado en Burundi cuyo PIB per cápita es de poco más de 260 dólares, siendo Luxemburgo el de mayor PIB per cápita del mundo, con 109.000 dólares, cuando el de España es de poco más de 27.000.

Ante esas situaciones dispares, nos destimpanea el sigilo abrumador ambiente de la sociedad civil cuando se le pide expresar sus deseos a una sociedad política de ventrílocuos.

El sistema comunitario está previsto de manera a que la sociedad civil revele sus anhelos y subcontrate a la sociedad política la buena ejecución y gestión de esos intereses. La sociedad civil organiza comicios en los que cada candidato político presenta su programa de acción en la misión subcontratada, exigiendo más a la promesa «cómo» que a la oferta «programa». El pretendiente más votado firmaría, con la representación de la sociedad civil, el texto de compromiso ante el notario-empleado del Estado. Las partes signatarias tendrían que cumplir lo estipulado o bien sufrir, como convenido en todo contrato, las sanciones previstas por ley en caso de no-respeto de lo acordado.

¿Nos parece innovador y revolucionario lo natural?

La sociedad civil, ¿se avivaría después de un voto obligatorio, como existen en algunos países civilizados?

En la mayoría de las situaciones domina en nuestra sociedad la tendencia a optar por la estrategia de la hormiga, recurrir al medio y largo plazo que aporte la solución, incluso en las que hay que resolver a corto plazo.

Nos han educado a optar por soluciones armónicas: binarias, según Aristoteles, del justo medio árido entre lo bueno y lo malo o analógicas fructificantes del debate Kantiano. Esas «orientaciones» no han conseguido evitar el divorcio entre sociedad civil y sociedad política y dictaduras más o menos blandas que han dejado amodorrarse a parte de la sociedad civil. Ese divorcio sigue vivo y nos guía hacia abismos en cuyas trincheras siguen recuerdos siguen «coleando».

«La Historia es un devenir de sujetos y de sinfines»: qué razón tenía Althusser; esa Historia era capaz, en algunos casos, de declarar «terroristas» a los que se opusieran a legalizaciones sui generis, que ensalzaban al «golpista-libertador». ¿Cuándo dejaremos de utilizar el término «Guerra Civil» (efecto), cuando se trata de «Golpe de Estado» (causa)? El terrorista y el libertador están cada uno en una acera separados por una calle estrecha.

Por ahora vivimos desastres y asesinatos de carácter bélico entre combatientes vistos desde aquí como soldados de plomo, en una UE que, como la casa de Bernarda Alba, se hunde «en un mar de luto».

El ser humano reaccionará, como siempre ha llegado a saber hacerlo, dando a las causas prioridad sobre los efectos analizando el causar antes de efectuar.