EDITORIALA
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Las crisis alimentarias, otro efecto perverso

El incremento de los precios de los alimentos está afectando especialmente a los países más endeudados, con menores rentas y más dependientes de las importaciones. En concreto, hay 35 países en África con gran dependencia de Rusia y Ucrania a la hora de lograr alimentos y fertilizantes y que ya están sufriendo una crisis alimentaria. Eso les fuerza a suspender el pago de la deuda externa y a negociar nuevos rescates con el FMI, como ha ocurrido en Líbano. La condonación de la deuda debería entrar en la agenda.

La Organización Mundial del Comercio (OMC) advierte del impacto negativo de la guerra y pide corredores humanitarios para que los agricultores ucranianos puedan plantar, recolectar y exportar. El objetivo es mantener las exportaciones y poder controlar el precio de los granos. La OMC previene también contra la tentación de acaparar alimentos, porque está demostrado que esa política solo genera una mayor pobreza. Por eso llama a los países que tienen reservas de alimentos a que los saquen al mercado para intentar así reducir el precio de los mismos. Como se ha comprobado, ninguna de estas medidas tiene garantizados los efectos que busca, porque el sistema es tan complejo y el saqueo institucionalizado tiene tantas trampas que cualquier medida desata efectos perversos.

Es complicado predecir la cadena por la que el aleteo de una mariposa en la Amazonía puede generar una tempestad en Londres, pero en este mundo globalizado y en este sistema neoliberal una guerra en cualquier lugar del mundo siempre generará, en primer lugar, un empobrecimiento directo de los contendientes, y posteriormente un sufrimiento mayor en aquellos países más empobrecidos. Esta perspectiva es algo a tener en cuenta siempre que se hagan análisis geoestratégicos de alto nivel o que se reduzca el impacto de una guerra al consumo doméstico de las sociedades más desarrolladas. Para evitar hambrunas y esas otras miles de muertes, también hay que parar la guerra.