Dabid LAZKANOITURBURU
GUERRA EN UCRANIA

Tiempo y geopolítica corren contra la UE en la guerra del gas de Rusia

El corte del suministro de gas por parte de Rusia a Polonia y a Bulgaria y la amenaza de Moscú de que extenderá ese veto a los países «hostiles» que se nieguen a pagarle en rublos ha encendido todas las alarmas. Los países vetados y la UE lanzan mensajes de tranquilidad, pero tienen enfrente el factor temporal y la endiablada geopolítica actual.

Varsovia y Sofía aseguran que cubrirán sus necesidades con suministros de sus vecinos, República Checa y Lituania, y Grecia. Pero no está claro que ese apaño sirva para que puedan afrontar, dentro de medio año, un nuevo y frío invierno.

La UE ha prometido una respuesta conjunta y coordinada Pero ya hay fisuras, no solo la de la díscola Hungría, sino la de países que utilizarían la triquiñuela de pagar en dólares convietiéndolos a rublos. Las sospechas apuntan a Alemania y a Austria.

Pero el problema para la UE, que aspira a una desconexión progresiva de los hidrocarburos rusos, va más allá. Y es que, siendo posible técnicamente, exigiría precisamente una coordinación que choca directamente con la «liberalización» del sector impulsada, paradojas, por Bruselas desde hace decenios.

Incluso aventurando que, como hizo para afrontar la pandemia, la UE podría volver a incumplir su credo económico desregulador, hay otro escollo, y se llama tiempo.

Los europeos confían en que Noruega, gran suministrador de hidrocarburos, y Países Bajos, el otro productor del mar del Norte, cubran la demanda adicional para suplir el fin de la dependencia respecto a Rusia.

Pero ambos países han advertido de que necesitarían como poco nueve meses. Y eso es mucho tiempo en un escenario bélico como el actual.

Al factor tiempo se le suma la cuestión geopolítica. El norte de África lleva tiempo convirtiéndose en una especie de El Dorado energético.

Al punto de que el reconocimiento por parte del Gobierno español del plan de Marruecos y la traición al pueblo saharaui se interpreta en el marco de una carrera por la participación en los macroproyectos eólicos y de energía solar del régimen alauíta. Una pugna en la que participa Alemania, y más tras su renuncia al Nord Streem II.

Pero la verdadera «joya de la corona» es Argelia y su gas, escenario a su vez de una carrera paralela, y que Argel vincula a la cuestión saharaui, o marroquí.

El régimen argelino, que necesita vender su gas para sobrevivir en plena crisis económica y de legitimidad política, coquetea con Italia, ya su principal comprador, y amenaza con hacer pagar caro, en sentido monetario y diplomático, a Madrid su alineamiento con Rabat

Pero las dificultades tampoco acaban ahí. La producción de Argelia, tercer suministrador de gas a la UE, está al límite y, por si esto fuera poco, el consumo interno aumenta de año en año.

Cierto es que Argel dispone de una capacidad adicional anual de hasta 15.000 millones de metros cúbicos. Pero ahí entra el factor geopolítico. En pleno repunte de las tensiones con su enemigo marroquí, Argelia se lo pensará dos veces antes de desairar a Rusia, su principal proveedor de armas.

Lo mismo le ocurre al Egipto del sátrapa Al-Sissi, que, además del armamento ruso, depende de su trigo. El Cairo es ya una potencia gasera en desarrollo, sobre todo por los yacimientos en el mar Mediterráneo, que casualmente explota la multinacional italiana Eni y que miran de reojo Grecia y Turquía, en su ya atávica pugna por las aguas territoriales.

Qué no decir de Libia, donde a su vez la petrolera italiana, y otras, tratan, sin éxito, ya no de impulsar la extracción de hidrocarburos sino de mantenerla tras el caos que siguió al derrocamiento de Gadafi.

La apuesta de Europa Occidental y de los EEUU de Biden por rescatar el acuerdo nuclear con Irán se ha convertido en urgencia para que pueda incrementar la producción de petróleo y gas natural. Pero Teherán tendría difícil desairar a su aliado ruso en la guerra en Siria y Moscú ha bloqueado la reedición del acuerdo nuclear por las sanciones occidentales y su impacto en las relaciones económicas bilaterales ruso-iraníes.

De vuelta a África, el cuadro se completa con los planes de Argelia de revitalizar el proyecto del gran gasoducto transahariano, que uniría los yacimientos de Nigeria, el segundo productor africano, con los de Hassi R' Meil, en el desierto argelino.

Para ello debería atravesar Níger, gran productor de uranio, y escenario de una pugna geoestratégica entre Rusia y el Estado francés tras su retirada de Mali.

Y el círculo se cierra con el proyecto de Marruecos de un gasoducto submarino desde el delta del Níger (Nigeria) por toda la costa noroccidental de África, lo que le conectaría con la península ibérica a través del estrecho de Gibraltar.

El principal impedimento, tanto del gasoducto submarino como del transahariano, estriba en su coste, lo que se une a la obsolescencia de las instalaciones en el continente africano.

En definitiva, el déficit poscolonial de las infraestructuras africanas, la geopolítica y el tiempo corren en contra de la UE en sus planes de acabar con su dependencia energética de Rusia. Y eso si el Kremlin no decide no ya mover fichas sino volcar el tablero del gas y deja sin suministro, y sin tiempo, a Europa Occidental.