Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Alcarràs»

El apego a la tierra en una mirada múltiple

Carla Simón nos desarbola con la mirada múltiple que ofrece a través de esta obra mayor que pulsa con acierto la emotividad del espectador mediante una sensibilidad exquisita. Por momentos parece que la cámara de la cineasta catalana se encuentra en cada rincón de la escenografía, captando con escrupulosa intimidad y precisión cada uno de los recovecos que dotan de sentido a esta crónica vital y familiar que parte de una premisa tan sencilla como dolorosa, el adiós de una familia a la tierra que han sembrado durante generaciones. Si en su excelente ópera prima “Estiu 1993” (2017) acertó a la hora de narrar las vivencias de una niña que afrontaba su primer verano con su familia adoptiva tras la muerte de su madre, en esta oportunidad tiende sutiles puentes de comunicación con dicho proyecto y vuelven a asomar la infancia y el campo. También en aquel filme nos descubrió una sensibilidad muy extrema y luminosa que en su segundo trabajo adquiere una madurez sorprendente. En este juego constante que es el cine, Simón se desenvuelve con soltura, creando una ficción a partir de personajes que son interpretados por actores no profesionales cuya labor también nos revela la maestría y el tacto que la autora ha tenido con su reparto.

Brillante triunfadora en la última edición del festival de Berlín, “Alcarràs” es una obra hermosa que transmite una empatía inusual en lo concerniente a la proximidad que consigue al describir ese último encuentro en la finca que comparte una familia. Una jornada de risas y melancolía en el que el paisaje se nos descubre como una fuerza totémica y ancestral, uno más dentro de una obra coral precisa y contundente en torno al sentido de pertenencia a una tierra y a los desencuentros generacionales. Lo que de verdad hace grande a este filme es que cada cual y a través de lo que observa, crea su propia película. Todo un logro.