Txente REKONDO
Analista internacional
DELICADO PANORAMA

Una multifacética crisis en Pakistán

Pakistán se asemeja a un puzle y sus fichas completan un delicado panorama que sitúa al país asiático en una constante y peligrosa crisis con múltiples variantes, y con un sinfín de frentes abiertos: la situación económica, un abanico de tensiones internas y sus relaciones internacionales.

La reciente crisis política, la penosa situación económica, las tensiones internas y sus diferentes frentes (Baluchistán, violencia sectaria, crisis política, violencia de los talibanes domésticos…), los intereses de los agentes extranjeros, el papel del todopoderoso Ejército y los servicios de seguridad y las relaciones con Afganistán, son algunas de las fichas que completan el puzle paquistaní.

La crisis política tras la moción de censura parlamentaria contra el anterior primer ministro, Imran Khan, ha deteriorado aún más la realidad política del país. El derrocado jefe del Gobierno ha acusado a la oposición de unir esfuerzos con agentes extranjeros para derrocarle, y ha señalado a EEUU como principal promotor.

Al mismo tiempo, ha puesto en marcha una campaña de movilizaciones para intentar revertir la situación. Con un discurso que algunos tildan de populista, sigue manteniendo que «la conspiración extranjera se ha unido a los sectores corruptos del país» para derrocarle. Su peligroso cóctel dialéctico, que incluye un exagerado patriotismo, la defensa de un Naya Pakistan (Nuevo Pakistán), el uso de la religión y su ascendiente en algunos sectores militares, tanto en activo cono retirados, puede abrir la puerta a una violencia política que siempre ha estado presente en el país.

Mostrando su poder en las calles, Khan ha exigido la convocatoria inmediata de elecciones, sabedor de que la espera hasta la convocatoria del próximo año puede hacérsele demasiado larga. El deterioro de las relaciones con el sector mayoritario del todopoderoso Ejército paquistaní tampoco juega a favor del ex primer ministro.

El nuevo Ejecutivo de coalición también tiene ante sí un abanico de importantes retos. El primero será mantener la difícil unidad que ha permitido la moción de censura y, al mismo tiempo, calmar las tensiones políticas, tanto en las instituciones como en la calle. En segundo lugar, deberá tomar medidas para estabilizar la economía y, sobre todo, buscar fondos para hacer frente a la deteriorada situación económica. Y en tercer lugar, relacionado con los dos retos anteriores, buscará recomponer la política exterior de Pakistán.

La situación económica de Pakistán es un peligroso lastre para la estabilización, más allá de los errores de bulto que hasta la fecha han cometido unos y otros. Con una inflación descontrolada, un aumento del precio de los alimentos y otros productos básicos, escasez de empleos, una pobreza estructural y en crecimiento, la economía paquistaní se aboca a la bancarrota y la inestabilidad política no ayudará a corregir su rumbo.

Con una balanza comercial deteriorada, un déficit presupuestario y una inflación que crecen sin parar, con las reservas de divisas en números rojos, y con una deuda cada vez más insostenible, el porvenir no se presenta muy halagüeño.

Los intentos del nuevo primer ministro, Shehbaz Sharif, de lograr nuevos fondos, créditos o prórrogas de la deuda, no han encontrado muchos apoyos en los países del Golfo o en China. Sin embargo, algunos sectores, ahora en el Gobierno, apostarían por un nuevo rumbo, buscando nuevamente el apoyo en el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Y todos conocemos las condiciones de esos organismos: restricciones del gasto público, eliminación de subsidios, más impuestos... Y sus consecuencias: una mayor inflación y una mayor carga y empobrecimiento de las clases trabajadoras.

El abanico de tensiones internas dificulta también el panorama. La violencia sectaria, una realidad muy a menudo ocultada, sigue afectando a las minorías de Pakistán. Los ataques contra la minoría chií o la campaña contra la comunidad ahmadi (considerados herejes por la principal corriente musulmana suní del país) se suceden muy a menudo, y en ocasiones con el beneplácito y colaboración de las instituciones oficiales.

Sin embargo, más recientemente, Baluchistán ha logrado situarse en la agenda mediática, sobre todo con los recientes ataques contra intereses chinos en Pakistán y contra las fuerzas de seguridad paquistaníes.

El pueblo baluche se encuentra dividido entre varios Estados de la región. En la zona ocupada por Pakistán sufre un expolio económico, ya que, a pesar de su riqueza material, sus beneficios no revierten en la población local. El abandono crónico del Estado es la política que se marca desde Islamabad, una dirección desde el centro, combinando la represión (la violación de los derechos humanos, las desapariciones forzadas o las muertes de las voces disidentes) con la manipulación política, y sometiendo al pueblo baluche a juegos de poder e intereses de la capital.

El incremento de los ataques insurgentes, las nuevas alianzas de los independentistas baluches, y el uso de atentados suicidas (protagonizados por mujeres) suponen un salto cualitativo en la lucha baluche por su soberanía y, al mismo tiempo, como indican fuentes locales, «la insurgencia baluche se está convirtiendo en un problema creciente para el estado pakistaní».

El desequilibrio y la inestabilidad en Baluchistán muestran la necesidad de abordar la situación desde otro prisma, rompiendo el paradigma represivo y explotador que ha utilizado la clase política de Islamabad hasta la fecha. La negociación política es la salida para buscar una solución.

Hasta ahora, las campañas represivas no han funcionado, los problemas de Baluchistán son políticos y económicos, y las demandas del pueblo baluche deben ser atendidas si Pakistán quiere estabilidad. Una negociación que posibilite un acuerdo y un compromiso serio, aun necesitando tiempo, es la única salida para poner fin a décadas de ocupación y agravios contra Baluchistán.

La situación en las áreas tribales bajo Administración federal, de mayoría pastún, fusionadas en 2018 con la provincia Jaiber Pastunjúa, es también muy delicada. Esa maniobra política de Islambad para diluir la reivindicación pastún de un Estado propio, Pastunistán, ha sufrido nuevas presiones tras el cambio político en Afganistán, donde sectores pastunes siguen reivindicando la creación de un Estado propio y rechazando la llamada «línea Durand», base de la actual frontera entre ambos países, y que divide al pueblo pastún.

Finalmente, la actividad armada de los llamados talibanes paquistaníes (TPP) ha ido en aumento a raíz de los acontecimientos del pasado verano en Afganistán. Los ataques del TPP han puesto en dificultades a las relaciones entre Kabul e Islamabad, y la tensión fronteriza ha crecido estos meses. El pasado 18 de mayo, el TPP anunció un alto el fuego con el Gobierno paquistaní, al tiempo que continúan las conversaciones con el nuevo Ejecutivo afgano.

Las relaciones internacionales son otra ficha importante en el tablero paquistaní. La importancia geoestratégica y política de Pakistán ha condicionado tanto la actuación de actores extranjeros como la política de los dirigentes locales. Los líderes políticos gestionan normalmente una agenda exterior que siempre ha estado dirigida por el estamento militar, por tanto, más allá de especulaciones, será este y sus intereses corporativos los que definan el nuevo rumbo exterior.

Sharif ha manifestado que quiere mantener el equilibrio y las actuales alianzas, pero a la vista de los acontecimientos algunos analistas y políticos locales sugieren que podemos estar ante un giro en la política exterior paquistaní. Su predecesor, Khan, acusó a EEUU de orquestar un golpe contra él, ya que, a su entender, Washington no compartía los movimientos diplomáticos de su Gobierno, como la negativa al acceso estadounidense a bases militares paquistaníes tras la derrota de agosto en Afganistán o el viaje a Moscú el pasado febrero.

Desde que Sharif fue encumbrado, las maniobras de acercamiento hacia EEUU han sido más que evidentes, con viajes de alto nivel político y militar en torno a una agenda de intereses compartidos. Washington busca una recolocación regional tras su desastre en Afganistán, y sabe que Islamabad puede hacer de puente con los talibanes afganos e, incluso, servir de apoyo a una hipotética resistencia contra estos. También ha encontrado en la debilidad económica de Pakistán una oportunidad para debilitar los lazos de Pakistán con China.

Por su parte, China, ha venido haciendo una importante inversión en el país a través de su megaproyecto de la «iniciativa de la franja y la ruta». Los lazos entre ambos países han aumentado en los últimos años, y el propio Sharif ha manifestado que «China es el amigo más fuerte y el socio más cercano» y esas relaciones serán «robustas y resistentes» bajo su mandato.

Tampoco atraviesan su mejor momento las relaciones con Afganistán. Los enfrentamientos armados entre ambos países, la presión sobre los TPP, la histórica injerencia de Islamabad en el país vecino, la frontera no reconocida por el Ejecutivo afgano, un resurgimiento del etnonacionalismo pastún, las dificultades del nuevo Gobierno en Kabul... son factores que han dificultado las relaciones bilaterales.

El otro eje clave ha sido la relación con India. En los últimos años se han producido acercamientos discretos y propuestas para mejorar las relaciones. Sin embargo, no podemos olvidar que el conflicto en torno a Cachemira o las heridas sin cerrar de la Partición pueden jugar un papel desestabilizador en manos de algunos actores, tanto locales como extranjeros.

La actual coyuntura de Pakistán no es sencilla. Mientras algunos sectores quieren reconducir el enfrentamiento político, otros apuestan por medidas que avivarán la inestabilidad. Como señala un periodista local, «muchos ya nos preguntamos ¿cuánto tiempo durará Sharif en el cargo?».